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Parece que fue ayer

Por Jotamario Arbeláez

Estaba en Cali, esa tarde de 25 de septiembre de 1976, en la misa de aniversario de la muerte de papá, en la iglesia de Cristo Rey, cuando en el momento de la elevación entró mi tío Emilio con la noticia: «Su amigo se acaba de matar en la carretera de Villa de Leyva». ¡Mierda! Repetí mentalmente esa última palabra que pronunciara Gonzalo Arango cuando el camión de repollos le reventara el cerebro, según testimonia Angelita, su amada inglesa, con quien en pocos días habría de dejar Colombia, como ya había dejado el cigarrillo, la carne, la prosa y el nadaísmo, para establecerse en la pérfida Albión. Yo sostengo que la interjección fue: ¡Dios mío!, como yo mismo me apresuré a cambiarla en ese momento solemne, mientras el sacerdote pronunciaba el requiescat. En los últimos días cuidaba su vocabulario. Había hecho las santas paces.

La noche anterior, a la salida de una reunión en la casa de «la colina de la deshonra», de Eduardo Escobar, con los demás poetas del grupo, donde se hubo de limar asperezas, me despedí besándole la mejilla —sin el aliento de Judas— porque tal vez sería la última vez que nos viéramos. Les envié saludos a la reina Isabel y a nuestros adorados y melenudos caballeros del Imperio británico.

Mientras al otro día viajaba de regreso directo a la funeraria Gaviria, Eduardo Escobar se apersonaba de los trámites del refinado difunto, en compañía de mi novia Matilde Torres, quien le había adquirido su detonante biblioteca, que pocos meses después se desmoronó. Cuenta Eduardo que vio cuando le extrajeron el cerebro de la caja del cráneo y se la rellenaron con un pedazo de suéter.

En vista de mi reciente orfandad, Gonzalo me había conseguido un puesto de creativo en la pomposa agencia publicitaria Leo Burnett con el «Negro» Gonzalo Meza, y el primer trabajo que tuve que desempeñar fue redactar los carteles fúnebres de mi maestro y amigo. La prensa pronosticó que el nadaísmo se disolvería. Pero no. Henos aquí después de 42. El que se disolvió fue Gonzalo.

Recordé que ocho años antes, en 1968, en agosto, cuando el nadaísmo cumplía diez años y Luis Ernesto también, el llamado «Gigoló de los dioses», hijastro del Monje Loco, quien se desempañaba como cantante en nuestros Festivales de Vanguardia y como precoz poeta sobre las paredes de su habitáculo, fue arrollado por un carro manejado por Arne Krag, en la avenida Colombia de Cali, mientras venía de la casa de la novia del Monje con una carta en la cual Gonzalo Arango nos exhortaba a no dejar morir el nadaísmo. Cuando lo localizamos en el anfiteatro nos dimos cuenta de que en la autopsia le habían sustituido el cerebro por una toalla de manos.

Y recordé que cinco años después, en la carretera hacia Tunja y Villa de Leyva, muy cerca de donde Gonzalo había exclamado mierda o Dios mío, encontró la muerte la precoz poetisa María de las Estrellas, hija de la Maga, mi mujer de entonces, en un accidente de automóvil. El único movimiento capaz de acabar con el nadaísmo es el automovilismo, escribí por entonces.

Con motivo de los 60 años del «inventico» nos han llovido los homenajes a los vivos y a los muertos. Nunca pensamos que íbamos a durar tanto a pesar de que Amílkar profetizara que sería la cosa más eterna que dejaría el siglo XX. Los Sagrados Archivos van para la Biblioteca Luis Ángel Arango y la Antología con 40 poetas, para la Biblioteca Nacional. Todavía nos quedan poemas por escribir, libros por leer, botellas por consumir y amores por disfrutar. No nos terminó por tratar tan mal la vida a pesar de los puntapiés que le dimos cuando andábamos mal de zapatos.

Angelita mantiene en Guatavita encendida la tea que alumbra la memoria del inolvidable. Los discípulos del profeta continuamos loando y despotricando de acuerdo con las enseñanzas que de él recibimos. Informan del cementerio de Andes que han tratado en repetidas ocasiones de robar sus restos. Han tacado burro los cleptómanos fetichistas. Los restos del profeta somos nosotros.

Fuente:

Arbeláez, Jotamario. «Parece que fue ayer». Periódico El Tiempo, Bogotá, miércoles 26 de septiembre de 2018.

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