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Habla Angelita sobre
el poeta nadaísta

Por Hollmann Morales

No sentía amor ni tenía afecto Angelita en las frías calles londinenses y optó por recorrer muchos países, vivió un año en España y durante otro conoció Latinoamérica, buscando quién la amara. Cuando hace 30 años estaba en la isla de San Andrés y oyó de una charla de Gonzalo Arango, acudió y, en cuanto lo vio, supo que ese era su hombre.

Se hizo notar del paisa alebrestado, él la miró con ojos penetrantes, terminó, bajó del estrado, la buscó y le dijo “camine”. A la media hora estaban tomando brandy y enamorándose, acompañados de amigos.

Gonzalo cambió. A partir de entonces fue el Gonzalo de antes de Angelita y el de después.

El de antes era furibundo, obsesionado, enamorado de la fama, se dejaba acosar por las muchachas, le gustaba aparecer en la prensa y atacaba los poderes civiles, eclesiásticos, militares y académicos. El de después fue reposado, cerebral, reflexivo, místico, que encontró a Cristo y comenzó a ver lo interior e ignorar lo exterior.

Dicen que ese cambio llevó a Gonzalo a abandonar el movimiento nadaista. Sus seguidores no habían perdonado a la demoníaca Angelita, hasta recientemente cuando se reencontraron en Guasca, Cundinamarca, con Jotamario Arbeláez, Eduardo Escobar y Elmo Valencia. Hubo abrazos y palabras amables mutuas, convivieron con paz y armonía y hablaron de la reciente edición de Sexo y saxofón, por parte del Círculo de Lectores, que publicará la obra completa, por títulos, del ilustre antioqueño.

Angelita, ¿cómo era Gonzalo de puertas para adentro?

“La mayor parte del tiempo se dedicaba a escribir. No sabía cocinar, cuando mucho hacía un tintico, le encantaban los fríjoles, de vez en cuando se tomaba un brandy, fumaba y en realidad no era muy doméstico, vivíamos del aire”.

¿Usted influyó para que dejara de fumar?

“No. Él mismo dijo un día que si el vicio de fumar era más fuerte que él, no valía la pena mantenerlo. También un día concluyó que tanto leer lo estaba chiflando, que ya estaba lleno y vendió la biblioteca, no aguantaba más, fue cuando se dedicó a pensar, soñar, profundizarse, mirar hacia adentro y alejarse de la gente”.

Cuando los conocí a ustedes hace 24 años, vivían en un apartamentico del barrio La Macarena. ¿Tenían vivienda propia?

(Risas). “¡Hermano, no! Nunca tuvimos dinero, mucho menos apartamento. Estábamos en arriendo, igual que en una casita en Villa de Leyva. Él quería ahorrar para comprar un terreno allá, pero yo le decía para qué tierra, primero está encontrar a Jesucristo”.

Murió pobre el profeta Gonzalo Arango.

“Murió pobre como lo fue siempre. Él me contaba que en su hogar de doce o trece hermanos, eran tan humildes, que comían huevo una vez al año, el día de Pascua. Creo que el papá tenía una finca y con los años los hermanos vendían telas en Medellín”.

¿Cómo fue el último día?

“Íbamos a cumplir siete años juntos. El 25 de septiembre de 1976 nos fuimos en un taxi colectivo a Villa de Leyva. El chofer iba muy rápido y en Gachancipá nos estrellamos contra un camión. De los seis pasajeros, Gonzalito quedó inconsciente y a la hora, a las 11:00 de la mañana, murió por fracturas en el cráneo. Tenía 45 años, nos estábamos preparando para viajar a Londres. Él salió del país sólo una vez, a Puerto Rico”.

¿Qué le ha parecido “Sexo y saxofón”?

“Hasta ahora que lo leí. Creo que es un libro de cuentos con bastante humor negro, muy chistoso Gonzalito, lectura para todo el mundo, una verraquera para la juventud”.

¿Qué es lo que más le agradece a Gonzalito?

“Me salvó la vida. Un día dije, o salgo de Inglaterra o me mato. Él decía que yo le salvé la vida a él. Por los días en que nos conocimos, él no sabía qué hacer con su vida”.

Fuente:

Periódico El Colombiano, sábado 5 de febrero de 2000, Sección Cultura, página 3C.

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