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Los sesenta años
del nadaísmo

Por Eduardo García Aguilar

Se cumplen sesenta años de la existencia del nadaísmo con la publicación y el lanzamiento en la Feria del Libro de Bogotá de una decena de libros de autores vivos y desaparecidos de esta corriente literaria y cultural que sobrevivió al tiempo y sigue siendo de actualidad por los aires de juventud permanente que mueven las velas de su barco poético.

Además de un grito de vanguardia artística, el nadaísmo significó para el país el comienzo de la emancipación de la mujer y el cambio en los espíritus al grito de la paz, el amor y el rock, lejos ya de los engominados tiempos del tango y el bolero. Los adolescentes de entonces recibimos al movimiento en las diversas ciudades del país como una deliciosa bocanada de oxígeno y su vitalidad es tal que ahora, en pleno 2018, los nuevos colombianos lo celebran como un necesario ejercicio de libertad en tiempos de amenazante intolerancia cavernícola.

En un país donde hubo siempre poco espacio para las vanguardias poéticas y que aún es reacio a las revoluciones de la palabra, donde todavía se admira y celebra la pomposidad y el engolamiento literarios como marcas registradas de las letras nacionales, donde se cree que la literatura se ejerce solo para escribir bonito, el nadaísmo irrumpió en Colombia para comunicarla con el mundo y los aires de libertad y rebelión juveniles que despuntaban en tiempos de West Side Story, James Dean, Marilyn Monroe, Brigitte Bardot, William Bourroughs, Salvador Dalí, mayo de 1968, los Beatniks y los Rolling Stones.

En la década de los 60 el nadaísmo floreció con sus escándalos e irreverencias en los diversos campos del arte como música, poesía, canción, fotografía, novela, relato y artes plásticas. Fue un extraordinario grito de liberación sexual y amorosa, donde los propios protagonistas del movimiento ofrecían sus vidas como representación y performance en vivo y al aire libre de su vida sexual y amatoria. Rosa Girasol y Gonzalo Arango, Jotamario y La Maga, Fanny Buitrago, El monje loco, X-504, Pablus Gallinazus, eran figuras que desempolvaban al país e invitaban a gozar el ocio en las riberas del río La Miel o en las pistas de baile de Cali.

Cuando en 1970 empezó a circular la revista Nadaísmo 70, los adolescentes la buscábamos y la coleccionábamos con pasión porque había allí un mundo que rompía con la Colombia pacata, religiosa, goda y formal que empezaba a derrumbarse entonces, aunque en la actualidad quiere volver a amenazar las libertades.

El maravilloso ejemplar de Nadaísmo 70 que llevó por título “Erótica”, con fotos de Dora Franco desnuda haciendo el amor, fue un escándalo y una delicia para los muchachos lectores que seguíamos el movimiento. En Manizales el representante del nadaísmo era Mario Escobar Ortiz, quien desde el suplemento cultural de La Patria, Paradiso, difundía las ideas y la literatura modernas, ante el estupor general de las autoridades civiles, eclesiásticas y militares.

La parroquial Colombia, que apenas salía de la terrible era de la Violencia y permanecía aún en el siglo xix bajo las imprecaciones implacables de obispos y curas retardatarios que como el famoso monseñor Builes hacían política desde los púlpitos ofreciendo el fuego eterno a los modernos y ratificando el patriarcado hispano y franquista, se vio sacudida por estos muchachos encabezados por dos nativos de la conservadora Antioquia, el profeta Gonzalo Arango y Jaime Jaramillo Escobar, autodenominado en ese entonces X-504.

Tras esas dos figuras tutelares aparecieron otros más en todas las regiones del país o el continente: Jotamario Arbeláez, Elmo Valencia, Eduardo Escobar, Amílcar Osorio, Fanny Buitrago, Dina Merlini, Raquel Jodorowsky, Patricia Ariza, Humberto Navarro, Jaime Espinel, Rosa Girasol, Mario Escobar Ortiz, Armando Romero, Rosita Uribe, Dora Franco, Pablus Gallinazus, Jan Arb y muchos más.

Michael Smith, hijo de Rosa Girasol, compañera sentimental de Gonzalo Arango en los tiempos de Envigado, abrió los ricos baúles donde reposaba como un tesoro mucho material inédito del movimiento. Recorriendo el sitio internet que le dedica al fundador del nadaísmo, vemos fotos, revistas, recortes de periódico y escuchamos la voz de quien fue para él como un padre adoptivo, gracias a que conservó con amor casetes y grabaciones que le confió antes de su muerte accidental.

Muchos son todavía reacios en Colombia a reconocer la riqueza y la trascendencia del nadaísmo como fenómeno literario y cultural, porque en el fondo Colombia sigue siendo muy conservadora e intolerante y su voz sigue siendo peligrosa. El fantasma de Guillermo Valencia montado en su lánguido camello sin duda les sigue disparando salvas desde el marmóreo templo de la Atenas Sudamericana.

En conjunto el nadaísmo es uno de los más importantes movimientos literarios de la literatura colombiana. En los años 20 y 30 del siglo pasado Los Nuevos, encabezados por Luis Vidales, el autor de Suenan timbres, trataron de revolucionar las letras y la sociedad colombiana, pero solo fue un fugaz episodio porque después el país fue devorado por sus sangrientos fantasmas insepultos, los mismos que hoy quieren volver desde sus tumbas al poder. Por eso para conjurar esta amenaza es necesario visitar sin prejuicios el movimiento nadaísta en todas sus aristas, viéndolo como un todo renovador de costumbres, hábitos, letras, músicas e imágenes libertarias.

Fuente:

García Aguilar, Eduardo. “Los sesenta años del nadaísmo”. Periódico La Patria, Manizales, domingo 22 de abril de 2018.

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