Amílkar U
En Cali, bendito sea Dios, dormíamos en una estera muy limpia en el cuartico del poeta X-504, convertido por milagro de su corazón en nuestro paciente anfitrión vitalicio. Como era imposible ser más pobre, la hospitalidad del poeta se reducía al techo, nescafé y una libra de azúcar diaria. El nescafé lo tomaba yo, amargo, para que espantara el hambre, y Amílkar lo pasaba todo el día con agua de azúcar. Creo que no todo fue negativo en esos meses, pues mientras Amílkar esperaba contra toda esperanza que a mí se me ocurriera la brillante idea de desenamorarme, se leyó 50 libros de la biblioteca del poeta, especialmente la sección de místicos y filósofos orientales. A causa de estas disciplinas estoicas y budistas no se murió de hambre, pues a duras penas el agüita azucarada alcanzaba para alimentarle el espíritu.
Gonzalo Arango