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Entrevista a
Eduardo Escobar

Por Marcos Fabián Herrera

Thornton Wilder candidatizó al filósofo Fernando González al premio Nobel de Literatura. Los nadaístas lo proclamaron la figura cimera del pensamiento colombiano. ¿Chovinismo?, ¿Simples reflexiones contemplativas? o ¿Verdadera filosofía?

Es imposible en este caso hablar de chovinismo de Thornton Wilder. Fernando González fue un escritor muy apreciado en Europa y por algunos escritores latino y norteamericanos de su tiempo, mientras los colombianos lo consideraban un loco y lo obligaron a cambiar el nombre de su finca, “La huerta del alemán”, por el de Otraparte. El ostracismo que vivió en sus últimos años fue voluntario a medias. Podría entenderse también como un recurso de protección. Cuando apareció el Nadaísmo, González sintió que el movimiento realizaba sus propios sueños juveniles de iconoclasta. Algunos nadaístas habían leído cosas suyas, pero como dijo gonzaloarango, pensábamos que estaba muerto por lo grandioso y misterioso que nos pareció y porque era completamente ignorado, convertido en un silencio culpable. Fue amor a primera vista, desde cuando aceptamos su invitación a su casita de Envigado. Fernando vio en Gonzalo Arango la viva estampa de su primera juventud ruidosa. Existe una fotografía donde en efecto se parecen como dos hermanos. Fernando se sintió revivir de alguna manera, con la irrupción del Nadaísmo, y de hecho, volvió a preocuparse por la publicación de sus obras. “Voy a orar por estos jóvenes que se están desnudando”, escribió en el Libro de los viajes o de las presencias, publicado durante los días de los primeros manifiestos nadaístas. A veces me es imposible no pensar que mientras Colombia no estudie, y comprenda, la obra de Fernando González, algo quedará trunco en su fisonomía. El estilo parece pedestre a la primera lectura, pero después se descubre el sabio equilibrio que guarda entre el habla y la lengua literaria, y que encanta. Y su pintura del hombre colombiano, como es, con sus virtudes y sus vicios, cumple el propósito de Tolstoi de alcanzar lo universal por lo particular, la esencia del mundo a partir de la aldea. Se ha discutido muchas veces si puede llamarse un filósofo. Desde el punto de vista de la academia y del pensamiento sistemático, es posible que estemos en nuestro derecho a negarle el apelativo. Sin embargo, él mismo dijo de sí mismo que era apenas un aficionado a la filosofía. Pero Nietzsche tiene un lugar de honor en los altares de la filosofía occidental, a pesar de una obra fragmentaria y veleidosa, de divagaciones, en apariencia, pero atornillada con los tornillos de hierro de unas obsesiones. Fernando González, de la misma manera, cuando se leen sus libros en orden cronológico, da noticia de un proceso, del proceso de un hombre, del desarrollo de una ideas, desde su primero, Pensamientos de un viejo, escrito al comienzo de la juventud, hasta el último, la Tragicomedia del Padre Elías y Martina la Velera, que canta la juventud, y es un libro místico, en el mejor sentido de la palabra, cuyo lenguaje y el uso maravilloso de los gerundios recuerda a San Juan de la Cruz muchas veces. Al final de mi primera lectura ordenada en este sentido, de Fernando González, yo descubrí, además, que Fernando González, en su sinceridad visceral, en el reconocimiento de su condición —”soy uno que defeca mirando al cielo”, afirmó de sí mismo—, realiza por primera vez en la América española el cristianismo, no como forma huera, como exoterismo, sino como vivencia. Como camino e interioridad. Es expresión del existencialismo cristiano.

En 1958, cuando se conoció el Primer Manifiesto Nadaísta, ustedes expresaron que “en el artista hay satanismo, fuerzas extrañas de la biología, y esfuerzos conscientes de creación”. Esa divisa signó el proceso creador de los Nadaístas y se opuso al racionalismo y modelo cartesiano imperante. ¿Toda la poesía es la celebración del misterio y el exorcismo de lo inexplicable?

La poesía es obra de hombres, o digamos mejor, manifestación del espíritu humano. Y por eso mismo, celebra y exorciza. Pero también blasfema y piensa y busca.

¿Es la poesía la única vía para sacralizar el mundo?

Todo lo que se hace con amor sacraliza este mundo. Y también lo que se hace por amor. Para salvarnos de la terrible conciencia del crimen inventamos el sacrificio sangriento: en la misa y en la guerra.

En alguna ocasión escribió que el verdadero poeta nadaísta es X-504, Jaime Jaramillo Escobar. ¿Cuál considera el mejor narrador?

Uno siempre está cambiando de sitio las figuras en el iconostasio de sus jerarquías. Todos los nadaístas son los mejores poetas y los mejores prosistas del movimiento, porque cada uno fue manifestación, desnudez de sí mismo. Ahora, existen los motivos del amor. Amílcar Osorio me parece, fue el más inteligente de nosotros. Y el más sutil alquimista. Un tipo extraño e irremplazable.

Gregory Corso, Allen Ginsberg, Jack Kerouac. ¿Estos autores qué significaron para el Nadaísmo?¿Paradigmas o Mentores?

Los nadaístas fuimos descubriendo a medida que caminábamos nuestros modelos. O mejor, nuestros espejos. Maiakovsky un día, otro día Vallejo, al otro Albert Camus. Hasta agotar todo lo que fue posible encontrar en las librerías de aquellos tiempos queridos en la Colombia del Frente Nacional.

Elmo Valencia y Armando Romero han escrito novelas que han trazado un fresco vivencial sobre el Nadaísmo. ¿Cuál prefiere?

En eso de las preferencias vuelve a ponerme frente a un grave problema. Elmo es un hombre muy ingenioso, con un gran sentido del humor, cuyas páginas a veces exaltan, aunque resulten descuidadas también. Armando Romero es más culto y cuidadoso cuando escribe. Guardadas proporciones, tampoco podría responder a quién prefiero entre Antonin Artaud y Paul Valery.

Al leer sus columnas, R.H. Moreno Durán aseguró respirar poesía.

Bueno, aunque me esfuerzo en ser mezquino, algunos de mis amigos me pagan con su generosidad.

¿Cómo un convencido seminarista da la conversión a poeta Nadaísta excomulgado?

El excomulgado no hace más que acogerse a la cara negra de Dios. O, quién sabe si es al contrario. Me acojo a las palabras de Fernando González, en su libro Los negroides, según me parece: “tan bueno es Dios, que me inspiró que lo negara”. Pero dejemos a Dios, que no es en el fondo más que un hecho político. Y digamos que nunca he dejado de ser un hombre profundamente religioso. En el fondo. Y a pesar de todo.

Esos muchachos díscolos, con Gonzalo Arango a la cabeza, que se rebelaron contra los inamovibles valores de una sociedad conservadora y mentecata, ¿lograron imprimirle vitalidad al país de presidentes gramáticos?

Quién sabe. Las opiniones están divididas, incluso dentro de mí. Pero, ¿tienen derecho, un puñado de flores, a proclamarse reformadoras del jardín tan sólo por la gracia de florecer? Sí. O no. Digamos, pues, para no ser humildes ni arrogantes, que pusimos en el jardín, una mañana, un poco de color, y un puñado de cadáveres.

El jazz, el peyote, Woodstock y las comunas en los Beatniks. Excomuniones, escándalos, manifiestos apóstatas y provocaciones en los Nadaístas. ¿Necesitaremos de nuevo a esos rebeldes iconoclastas para despertar al país de este marasmo y de esa inane fábrica de ídolos evanescentes?

Y quién sabe cuáles serán las manifestaciones equivalentes en el futuro. Por mi parte, ahora mismo, ya me harta andar en la procesión del mundo, y prefiero verla pasar desde mi andén, sin reír, ni llorar. Los hombres fueron creados irredimibles. Apenas somos arrastrados por las cosas. Para qué afanarse.

Rafael Gutiérrez Girardot descalificó el Nadaísmo considerándolo como un síntoma de nuestra decadencia cultural. ¿Implacable juicio de un boyacense germanizado?

Si consideramos el día de su nacimiento, como un apogeo, debemos darle la razón y considerarnos decadentes. Si quiso hacernos un honor, con un insulto, nunca supimos qué hacer con los halagos. Lo de boyacense germanizado parece excesivo en un mundo convertido hace años en aldea. El hombre Gutiérrez representaba lo que representó: la vanidad de la elocuencia, sustentada en las ideologías de su tiempo y su condición profesoral. Esa clase de profesores jamás deben apartarse de la ortodoxia porque la ortodoxia es su papa y su chucrut, en este caso preciso.

Algunos lo encasillan en el Uribismo por su cercanía con el presidente de la República. No obstante, jamás se le ha visto en Palacio o tentado a aceptar embajadas o consulados. ¿Ácrata o demócrata?

La democracia es una de nuestras más grandes supersticiones. El mito de la modernidad. Lo de ácrata, me gusta: porque los sueños imposibles siempre son atractivos. La cercanía con Uribe es relativa. Aunque debe haber un remanente edípico en mi confianza en él. El Uribe de Uribe debe ser de los mismos Uribe de mi madre.

Su opinión sobre los siguientes personajes:

Antonio Caballero: Un personaje clave del humorismo colombiano, que a veces escribe sobre las letrinas de la realidad, que son lo que más le gusta, en una prosa clásica, diáfana y envidiable. Sin remedio es una novela autobiográfica. Yo lo quiero mucho. Y si debo defender a los toreros, lo haré porque consiguen convertir a Antonio Caballero es uno de los grandes poetas colombianos.

García Márquez: Si digo que es un gran escritor caigo en la perogrullada. A veces, consigue el punto más alto de un escritor, que consiste en hacernos amar y doler la vida. Y asombrarnos con el lenguaje que usamos todos los días, como si jamás lo hubiéramos oído.

Jota Mario Arbeláez: Un gran amigo, un enorme ingenio, una persona adorable que a veces goza haciéndose detestar.

Laura Restrepo: Es una escritora bogotana, según he oído. A juzgar por sus opiniones políticas, reconozco su enorme talento para la comedia. Es muy cómica opinando sobre la realidad colombiana y del mundo. Como una grabadora que se hubiera quedado prendida en 1968...

Germán Espinosa: O la soberbia. Algunos escritores de su generación le inventaron el genio, para rebajar a García Márquez, y a Cien años de soledad, con la inmamable Tejedora de coronas. Un desafío inútil.

Álvaro Mutis: El gran poema de los Hospitales de Ultramar. Los Hospitales de Ultramar fue uno de los poemas preferidos de los nadaístas del principio. Como un devocionario.

Fuente:

Comunicación personal.

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