La Librería de Otraparte

Visita nuestra tienda virtual en
libreria.otraparte.org

El nadaísmo

La expansión del arte
negativo en Colombia

La finalización de la década del cincuenta y el comienzo de la del sesenta, del siglo pasado, le trajo a Medellín y a Colombia el ardor e irreverencia de los nadaístas, un grupo de muchachos que, en palabras de Juan José Cadavid Ochoa, doctor en Humanidades de EAFIT y autor de este texto, transformaron el contexto cultural del país y les abrieron las puertas a nuevas formas de producción y de recepción artística.

Por Juan José Cadavid Ochoa

El 8 de julio de 1958, en una entrevista en el periódico El Tiempo, se le preguntó a Gonzalo Arango por un nuevo grupo de intelectuales autodenominados nadaístas que se reunían con regularidad en el café La Bastilla, exhibiendo curiosas poses que causaban extrañeza en los círculos culturales y artísticos de Medellín.

En esta entrevista, Arango explica la relación fundamental entre los principios filosóficos del naciente movimiento y la vida cotidiana, permitiendo entender que, aunque la producción de este grupo se centraba principalmente en la literatura, las situaciones que propiciaban en sus encuentros sociales y fiestas bohemias, a las que llamaron el «maravilloso cotidiano», planteaban una revolución en contra de una sociedad conservadora, excluyente y violenta, instalándose como actos estéticos contestatarios.

Los artistas nadaístas declararon que el movimiento era un modus vivendi y relacionaron el arte con las formas de la vida cotidiana. Una vida-arte que cuestionaba los cánones literarios y de las artes plásticas tradicionales, además de oponerse a los postulados positivistas, a las leyes inmutables de la lógica, al estancamiento de las ideas, a lo puro y a lo universal, defendiendo todo aquello que surgiera del caos o lo produjera. El grupo estableció un rigor negativo desde el que se buscaba disolver, a partir de la práctica artística del gesto, el escándalo y la provocación, los límites entre la poesía, el arte y la vida.

El nadaísmo se crea con un interés por las expresiones estéticas que estaban en contra de las categorías y las jerarquías en el arte, llevando a que sus integrantes asumieran la negación y el absurdo como estrategia y dispositivo artístico, por lo que la estructura poética que produjeron se hizo cada vez más simple y directa y, al mismo tiempo, sus imbricaciones visuales y de performance se vieron fortalecidas.

Los comportamientos desarrollados por este grupo de poetas-artistas instalados en el contexto político y cultural de los sesenta —para ellos paupérrimo y decadente— dan cuenta de un eclecticismo fruto de la ausencia de una tradición vanguardista que no se vivió en estas latitudes en todas sus manifestaciones: desde el psicoanálisis hasta el fotomontaje, desde el mesianismo escatológico hasta el comunismo. Y procuró, más que su tardía importación e implementación, una construcción estética negativa e impura.

Para los nadaístas, la radicalidad de la vanguardia histórica resonaba como un eco lejano y se entendía como un rastro irrecuperable de revueltas foráneas inaccesibles que se observaban con nostalgia, mientras que en Colombia florecía una estética propia de una cultura consumista que, en comunión con una ideología conservadora y un ejercicio del poder autoritario, detonó en una postura revolucionaria y en la declaración, con el Primer manifiesto nadaísta, de un comienzo radicalmente nuevo para las artes en Colombia.

Influencia en otros artistas

Las formas del arte del nadaísmo, su relación con las realidades cotidianas, los cruces realizados entre literatura, performance e imagen y sus posturas políticas influyeron en artistas de generaciones posteriores como Miguel Ángel Rojas, Bernardo Salcedo, María Fernanda Cardoso, María Teresa Hincapié, Álvaro Barrios, Antonio Caro y Adolfo Bernal, que continuaron de manera revoltosa e irreverente rebelándose frente a otras situaciones como la mercantilización de la vida o la sobrevaloración de una economía en crisis y las lógicas productivistas de las ciudades.

Las revueltas nadaístas dieron prioridad a los contenidos sobre las formas y enfatizaron en las ideas y los significados que el arte produce a partir de la relación con un contexto social. Esto los obligó a tomar posiciones fuertes en términos políticos, sociales y culturales, y a expresarlas a través de formas, medios y materiales no convencionales. Con los mismos objetivos favorecieron estrategias de creación y recepción artística colectivas.

El influjo de este grupo de poetas y artistas es reconocible de manera directa en el autoproclamado pintor nadaísta Álvaro Barrios, pero las temáticas de la cultura marginal en Rojas, el sarcasmo y la desmaterialización de la obra de arte en Salcedo, la relación con la memoria y la muerte de Cardoso, lo efímero de las poéticas performances de Hincapié y las relaciones con la palabra escrita y su tensión como elemento visual en la producción de Caro y Bernal son un testimonio no nombrado de la fuerza y de la influencia no reconocida de la propuesta estética nadaísta de la década de los sesenta.

La renovadora e influyente propuesta de los nadaístas se funda en las conexiones que produjo entre distintas formas expresivas y modos de creación que, tal como escribe Harold Alvarado Tenorio en la edición 299 de la Revista Universidad de Antioquia, eran evidentes en AmílkarU, para quien «pintura y poesía eran los otros extremos de la armonía, porque si la música es análoga a la poesía en sus emociones cantadas y rimadas, la pintura, la música y la poesía lo son en acordes y armonías del color. Quien no se inclina hacia la música y la pintura no podrá ser un auténtico poeta».

La disolución de los límites entre las disciplinas artísticas constituye uno de los aportes más relevantes —si no el más importante— de los comportamientos artísticos nadaístas al arte de su momento y a las prácticas posteriores en Colombia. Aporte que no pierde fuerza porque las acciones estéticas emprendidas por este grupo no fueran comprendidas como valiosas y aún sean subvaloradas en términos de artes expandidas, híbridas y multidisciplinarias.

Subversivos artísticos

La intención declarada de ser irreverentes y contestatarios llevó a este grupo de subversivos estéticos a la realización de propuestas artísticas que se caracterizaban por estar en contra de todos los órdenes establecidos. Una de estas acciones revolucionarias fue su intervención en 1960 durante la celebración del Congreso Nacional de Escritores Católicos en Medellín. En dicha ocasión, Arango y otros poetas, además de detonar bombas de olor fétidas, hicieron circular un manifiesto infame que empezaba diciendo: No somos católicos porque Dios hace 15 días que no se afeita. Un año más tarde, durante la clausura de la Gran Misión, volverían a arremeter contra la Iglesia y las creencias católicas robando algunas hostias y pisoteándolas en el atrio de la catedral de Medellín. Por este acto, Gonzalo Arango fue detenido y pasó unos días en la cárcel La Ladera.

Otra intervención pública de este artista consistió en la lectura de un discurso escrito en papel higiénico en el que elogió a Pablo Alquinta, un jinete de carreras hípicas. Luego de leer el incendiario texto en el parque de Berrío, el más tradicional de la ciudad de Medellín, el artista procedió a quemar los libros de su biblioteca. La acción la repite en la Universidad de Antioquia como acto simbólico de ruptura con la institución en la que estudió la carrera de Derecho durante tres años. Otra de las performances de los nadaístas es la realizada por el artista Jotamario Arbeláez, quien invitó en varias ocasiones a sus amigos a su velación. La muerte de Jotamario consistía en propiciar reuniones de artistas y literatos alrededor de un evento funerario en el que el cuerpo del artista reposaba acostado en un ataúd, oyendo los lamentos por su deceso y, ocasionalmente, participando en las conversaciones que se daban en el recinto expositivo alternativo. Los nadaístas también propusieron remplazar en Cali el solemne busto de Jorge Isaacs por uno de Brigitte Bardot como un acto de compasión estética.

El nadaísmo se propuso alterar y violentar el orden estético, moral y conservador a partir de acciones de sabotaje y escándalo, tales como las que narra Jotamario Arbeláez en La pasión y la máquina de escribir en el nadaísmo: «Profanábamos como sacrílegos consagrados las hostias sosas en las catedrales metropolitanas por desafiar a Dios y el peligro de miles de fanáticos sueltos. Amenazábamos a los alcaldes con dinamitar monumentos que homenajeaban el mal gusto […]. Nos cagábamos literalmente en los floreros de nuestros anfitriones […]. Pero siempre el papel escrito con humor negro y corrosivo era nuestro pase al infierno de las delicias de la sociedad corrompida».

Estas acciones nadaístas propusieron una estética de la confrontación que los acercó a grupos de intelectuales y estudiantes comprometidos con luchas políticas y sociales con los que desarrollaron prácticas artísticas que se instalaban y desarrollaban en el contexto social y para las que la participación del público —consciente o no— se hacía indispensable. Sus formas de actuar desembocaron en giras nacionales y en la adición al movimiento de artistas de todo el país. Se contaban como parte del grupo o con cercanías a este Gonzalo Arango, Jaime Jaramillo Escobar, Darío Lemos, Humberto Navarro, Amílcar Osorio, Jaime Espinel, Diego León Giraldo, Jorge Orlando y Moisés Melo, J. Mario y Elmo Valencia, Mario Rivero, Fanny Buitrago, Elkin Restrepo, David Bonells, Armando Romero, Álvaro Barrios y Pedro Alcántara. Los campos artísticos en los que intervinieron fueron muy variados. Si bien la literatura logró un relieve mayor, sus acciones performáticas, las intervenciones plásticas, el arte de acción y las propuestas artísticas conceptuales derivadas de las formas poéticas de algunas de sus propuestas —como las lecturas públicas, las fiestas en los cafés y sus propuestas teatrales— fueron rutas por las que muchos de los integrantes del movimiento navegaron.

Diferentes formas de expresión

Los nadaístas experimentaron con diferentes formas de expresión simbólica: la escritura, la pintura, la escultura, la performance y el happening. El cuerpo como posibilidad de comunicación adquiere sentido y fuerza artística y la vida misma de quienes transitan por estas rutas de las artes constituye, en tanto autorrepresentación de artista, una práctica con intención de comunicación de contenidos generalmente subversivos.

Acciones como en la que Gonzalo Arango arrastraba con una correa de perro al artista AmílkarU por Junín y la Playa, promocionándolo como el Jean Genet tropical, no son simples ocurrencias, sino que contienen una carga simbólica que es comunicada a través de los cuerpos de los artistas, que transforman su entorno cotidiano a partir de una actuación planeada. La comparación con Genet no es gratuita, pues Amílcar era un gran poeta e intelectual, con una sensibilidad que se expresaba a partir de distintas prácticas artísticas.

Su obra poética propone, más allá de lo puramente literario, estructuras que conectan producciones visuales, de performance y poéticas desde las que expresó, de manera coincidente con el escritor francés, una arraigada rebelión contra las costumbres sociales y una provocación de la moral. Las propuestas conceptuales y el arte en el contexto social de los nadaístas no solo se nutrieron de la poesía y la literatura, sino que integraron estos modos creativos a sus prácticas de orden visual, tomando la forma de lecturas en voz alta de poesía, discursos, arengas, reclamos y manifiestos. Estos se convirtieron en propuestas mediáticas, encuentros reflexivos, conversaciones públicas, acciones que —de forma simultánea— detonaban una nueva producción escrita crítica, poética, periodística y narrativa.

Sin embargo, en su momento las acciones escandalosas de los nadaístas generaron una fuerte oposición. La crítica desestimó la producción literaria y desconoció o ignoró su propuesta conceptual, en términos de arte visual. Las acciones producidas en el espacio público fueron reducidas al absurdo por sus detractores. Cobo Borda, en su texto «El nadaísmo», publicado en Manual de Literatura Colombiana, desestimó las performances del grupo que, en ocasiones, según sus palabras, «fueron singularmente creativos y en otras completamente erráticos».

Este autor, poeta, periodista y diplomático los califica como intrascendentes en el ámbito literario y juzga sus propuestas artísticas en el contexto social como simples actos de exhibición y escándalo. Sus ataques fueron respaldados por personajes como Germán Arciniegas, quien en su texto «El nadaísmo es algo», se referiría a la rebeldía cultural del grupo como «un producto natural de una época pervertida. Época de culturas dirigidas por analfabetos. Entre nosotros es la consecuencia inmediata de las dictaduras».

Mejía Vallejo también fue un duro contradictor del movimiento, lo que hizo que esta visión reduccionista prosperara y evitó que la propuesta de orden conceptual y de acción del grupo fuera reconocida como tal y que el influjo en las artes visuales colombianas pudiera ser entendido. Paradójicamente, las críticas en contra de algunos aspectos o propuestas del movimiento nadaísta provocaron la construcción de un ejercicio intelectual que movilizó ideas. Se asistió a la creación de una dinámica reflexiva, resultante de las revueltas nadaístas, que activaron, desde la oposición, la creación de una red desde la que se empezó a dar lectura a las nuevas prácticas artísticas y literarias en Colombia.

A los fumadores de marihuana, vagos y alborotadores nadaístas colombianos se les criticó desde diferentes direcciones, descalificando su producción y su forma de vida. Sin embargo, en la obra El nadaísmo colombiano o la búsqueda de una vanguardia perdida, de Armando Romero, se lee que «el nadaísmo no surge como un movimiento hacia la victoria sino como una expresión del fracaso de una generación que hará de ese mismo fracaso su arma de batalla». Las actitudes, acciones y formas de representación revolucionarias nadaístas, en compañía de la producción poética y literaria, transformaron el contexto cultural del país y abrieron las puertas para nuevas formas de producción y de recepción artística.

Fuente:

Cadavid Ochoa, Juan José. «El nadaísmo: la expansión del arte negativo en Colombia». En: El Eafitense, n.º 114, Medellín, agosto de 2018, p.p.: 73-78. Descargar artículo en formato pdf.

^