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El filósofo boyaco

Por Jotamario Arbeláez

Herr Professor Rafael Gutiérrez Girardot, quien salió de Boyacá en los campos con una mano adelante y otra atrás «a mejorar la raza» en pos de los pasos inversos de Federman y el dorado germánico

ha regresado al país con las dos manos cargadas de piedras contra todo lo que se mueve, en especial contra sus colegas,

si así podemos llamarnos los que pensamos y nos expresamos en el humilde idioma de don Francisco de Quevedo y Cosiaca.

El catedrático de la Universidad de Bonn —donde lo reclutaron sin allegar los requisitos docentes, como a cualquier nadaísta en la Universidad Javeriana—

llegó hace algunas semanas a presentar un refrito de Nietzsche en la Feria del Libro, al que le cambió el título de El Anticristo —del que bebimos— por uno más parecido a él: El Anticristiano.

Y desde entonces como un tal por cual se ha comportado, por lo menos en sus declaraciones a la prensa, buscando ganarse el mérito de «provocador».

Nuestro antólogo huidizo Alfonso Carvajal publicó el pasado 6 de Julio en la página 8 de Lecturas Dominicales de El Tiempo,

un fragmento de entrevista con el doctor en filosofía, donde fungiendo de filósofo con un martillo como en enajenado de Jena,

destruye uno por uno los pocos mitos que aún quedamos en Colombia.

Me permito sintetizar sus escupitajos, lanzados al desgaire buscando el favor de quien le conteste que para mala, o buena suerte suya, voy a ser yo.

A García Márquez lo tilda de senil y repetitivo, además de sensacionalista y desinspirado.

A Mutis lo cataloga de copietas como poeta y artificial como novelista, y lo equipara a esas figuras bogotanas extravagantes como la loca Margarita y el bobo —que no loco— del tranvía.

A Olaya Herrera lo trata de figura nefasta. A los nueveabrileños de resentidos. A Laureano Gómez de fanático, a Alberto Lleras de antinacional y al Frente Nacional creado por ambos de máximo acto de cinismo.

A la guerrilla de Tirofijo de depravada. A los narcotraficantes de snobs. Al ministro de Relaciones Exteriores de entregado.

A la Universidad de los Andes de gringófila. Y a don Germán Arciniegas le dice: «bobo, pendejo», porque éste tuvo la galantería —mal entendida por el soberbio pensador heideggeriano— de decir que era «un filósofo alemán nacido en Boyacá».

Como si pudiera existir un filósofo boyacacuno, y menos con ese lenguaje nadaísta de kínder.

A propósito, el garrote del teutón alcanzó hasta al pobre del nadaísmo, que en su última racha de homenajes y reconocimientos y, a punto de cumplir cuarenta años —uno más que las FARC y dos más que los Rolling Stones— ya estaba necesitando una vapuleada.

De nuestro santo y loco movimiento dice que fue: «una reacción impotente frente a la revista Mito».

Sin reparar en que Jorge Gaitán Durán nos dedicó el último número de esa revista, sinceramente deslumbrado por nuestra adolescente literatura

y/o fatigado de los seudofilosofares germanizantes.

Por ese estigma, a la muerte del poeta de Pamplona, ninguno de los sabios de la dirección de Mito de preocupó de continuarla.

Nos combate, bate y reate porque El Tiempo, y el mismo suplemento literario donde expresa su queja, nos abrieron sus páginas desde el principio para expresar nuestro berrinche.

Y nos tacha de circo —manes de Bedoya—, por lo curioso de nuestros nombres.

Llega a denostar de los críticos literarios porque no han sido capaces de exterminarnos —pero para eso llegó nuestro Chapulín Colorado—,

y las toma con saña contra la Universidad Javeriana, a la que rotula de «empresa de sensaciones, sin el mínimo sentido de la historia», porque el semestre pasado implementó la Cátedra de Nadaísmo en el posgrado de Literatura.

Que por cierto terminó con trece tesis laureadas.

Si Gonzalo Arango, después de agotar a Nietzsche, terminó de cristiano, ¿por qué los curitas de Teilhard de Chardin no podían coquetear con el nadaísmo?

La filosofía en Colombia depende más de las alpargatas pensantes de Fernando González y Don Mirócletes, que de tupidos ensayos como los Supuestos históricos y culturales del modernismo.

A pesar de que Herr Professor considere que, en la chata topografía cultural colombiana, él mismo sea la montaña mágica, y otros escritores colombianos —incluidos los nadaístas— apenas un cerro de mierda.

He ido a comprar algún libro del maestro del altiplano a ver si le echo muela para demolerlo. Pero no hay caso.

A diferencia de sus pintorescas declaraciones de prensa, verdaderas piedras de Ráquira, sus ensayos son definitivos ladrillos de Sogamoso.

Fuente:

Comunicación personal. Texto revisado por el autor, publicado originalmente en El Tiempo el 21 de julio de 1997.

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