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50 años no es nada

En 1958 Gonzalo Arango publicó el “Primer Manifiesto Nadaísta”. Desde entonces, su nombre y los de varios de los miembros del movimiento oscilan entre la leyenda y el desprecio.

Por Revista Semana

Hace 50 años, cuando Colombia recién estrenaba el Frente Nacional y trataba de dejar atrás el horror de la Violencia, se publicaba en Medellín El manifiesto nadaísta, un texto firmado por “gonzaloarango”. A partir de ese instante se comenzó a gestar un movimiento que agitó la provinciana Colombia de entonces con textos y diversos actos públicos de provocación.

El autor del manifiesto era un no-tan-joven de clase media de Andes, Antioquia, nacido en 1931, condiscípulo de Fernando Botero durante el bachillerato y que cursó tres años de derecho en la Universidad de Antioquia.

El grupo alcanzó notoriedad en 1958, cuando Arango convocó a sus amigos al parque Berrío de Medellín, donde leyó un discurso contra Miguel de Cervantes escrito en papel higiénico, y quemó libros de su propia biblioteca. Como El Tiempo reprodujo el manifiesto, varios jóvenes se unieron al movimiento, algunos por profundas convicciones, otros simplemente por unirse a la fiesta. “Jóvenes que desertarían de empleos y seminarios para solicitar su ingreso en la nueva religión. Jóvenes que en muchos casos habrían de conocer reformatorios y clínicas siquiátricas en aras de su nueva fe”, como los definió el poeta Juan Gustavo Cobo Borda en una monografía sobre el nadaísmo.

Desde el comienzo el movimiento le apostó a una carta que no tiene pierde: negarlo todo y, sobre todo, negarse a sí mismos. La famosa frase de Maturana (“perder es una manera de ganar”) se inspira en una de las grandes proclamas nadaístas: “No llegar es también el cumplimiento de un destino”. Al autoproclamarse fracasados y decir que nadaísmo y antinadaísmo eran la misma cosa, no dejaban mayor espacio para un debate crítico.

Otras de las armas ganadoras del nadaísmo fueron su gran capacidad para la provocación y su eficacia para que cada una de sus “bufonadas”, como las califican sus detractores, recibieran eco en los medios de comunicación.

El nadaísmo, con sus posturas y blasfemias, ofendía a la Iglesia. Varios de sus integrantes pasaron algunos días en la tenebrosa cárcel de La Ladera, en Medellín. En 1959 le tocó a Gonzalo Arango, por sabotear con otros nadaístas el Congreso de Escritores Católicos, reunido en el paraninfo de la Universidad de Antioquia. Mientras repartían el Manifiesto a los escrivanos católicos hicieron estallar bombas fétidas. Un año después, el turno fue para Darío Lemos, Eduardo Escobar, Jaime Espinel y Diego León Giraldo, por comulgar sin confesarse y dejar caer una hostia al piso en la Catedral Metropolitana. En esta antigua cárcel hoy funciona la biblioteca-parque León de Greiff, inaugurada en 2007 con la presencia de algunos de los poetas nadaístas a manera de desagravio.

Una de las grandes debilidades de Gonzalo Arango fue su inconsistencia política. Aliado de la dictadura de Rojas Pinilla, cuando esta cayó tuvo que huir a Cali, donde alabó a la juventud que “aportó su sangre y el sentido heroico del sacrificio para derrumbar una tiranía castrense”. En 1968 saludó al presidente Carlos Lleras Restrepo como “el poeta de la acción”, en 1970 apoyó la candidatura presidencial de Belisario Betancur y en sus últimos años se dedicó a escribir textos místicos. Murió en un accidente de carretera en Tocancipá, Cundinamarca, en 1976.

Ya en 1963 varios nadaístas se habían alejado de la línea Gonzalo Arango y realizaron en Cali una quema simbólica de su profeta. Artistas e intelectuales ajenos al movimiento lo consideraban un personaje mediático y no un escritor de valía.

Desde su muerte se han vuelto comunes los ataques y las defensas al nadaísmo, en los que se utilizan todas las formas de lucha, desde la argumentación académica hasta los insultos personales. Los nadaístas defienden a ultranza no sólo su pasado, sino la vigencia del movimiento, mientras que los detractores los califican de bufones que divirtieron a las clases altas de un país que se moría de tedio, y señalan que hoy se comportan como adolescentes seniles.

¿Qué dejó el nadaísmo? Desde el punto de vista literario, el movimiento no despierta gran entusiasmo entre escritores ajenos al movimiento. El poeta y novelista Darío Jaramillo Agudelo sólo destaca la obra poética de Jaime Jaramillo Escobar, conocido como “X-504” en su etapa nadaísta. Juan Gustavo Cobo Borda señala: “El nadaísmo no tenía nada que ver con la literatura, ni ellos tenían elementos para juzgar y descalificar a otros escritores y poetas. El nadaísmo tenía que ver con las malas costumbres y las frases ‘épatantes’, pero no era más que una adaptación provinciana de la contracultura norteamericana con algo de surrealismo”. Eduardo Escobar, miembro emblemático del nadaísmo, reconoce el fracaso del movimiento, pero señala: “Se reconoce por consenso que unas pocas cosas cambiaron para siempre en Colombia con el nadaísmo”.

Tampoco resulta fácil hablar de su legado. El poeta Jotamario, abanderado del nadaísmo, dice: “Ni más faltaba que el nadaísmo fuera a dejarle algún legado o herencia a la Colombia de hoy, su hija calavera, bastarda y desheredada. Cumplimos con avizorarle lo que le iba a pasar”. A lo que Escobar agrega: “No sé si podemos hablar de un legado del nadaísmo, o si el nadaísmo fue el síntoma de un estado del espíritu moderno que tocó por casualidad una aldea grande con obispo”.

Los nadaístas ya celebran este medio siglo, que ellos han denominado “Bodas sin oro”. La programación, que comenzó el martes 26 de agosto, se extiende hasta noviembre, con charlas, tertulias y conciertos en la Cinemateca Distrital, la Biblioteca Nacional de Colombia y la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá.

Fuente:

Revista Semana, n.º 1.374, 1.° de septiembre de 2008.

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