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¿Qué hacen hoy los
nadaístas de ayer?

20 años después de haber surgido en Colombia ese movimiento filosófico-poético, Cromos entrevistó a cuatro de sus miembros más representativos y recordó con ellos a Gonzalo Arango, quien murió hace dos años.

Por Alcides Duarte

¿Qué fue de aquellos poetas que se autoproclamaban geniales, locos y peligrosos? ¿Que se consideraban profetas de una nueva oscuridad en el mundo? ¿Que tomando el escándalo como bandera y la irreverencia como dogma arremetieron contra lo patriótico y lo sagrado? ¿Que trataron de tumbar a los ídolos de sus pedestales para instalar en ellos su paranoia? ¿Fueron víctimas de su propio invento? ¿Se los tragó la burguesía como pronosticaban los camaradas? ¿Se perdieron en el angosto sendero que según los creyentes conduce al mismísimo cielo? ¿Se suicidaron estérilmente por la revolución como rezan los místicos? ¿Ingresaron al mundo de los negocios? ¿O se elevaron emergentemente en la alfombra mágica alucinógena?

Estos poetas que hace veinte años irrumpieron con vestimenta estrafalaria en el coctel de las costumbres, que a sacrilegio limpio contrarrestaron los arrestos de una santa misión, que con el humor negro y la expresión desmedida quisieron blanquear y minimizar los mitos a que estaba hipotecada la intelectualidad colombiana y la misma nacionalidad, ¿seguirán siendo los mismos?

Ante estos interrogantes fuimos al Café de los Poetas donde según infidencias podríamos atrapar a toda la pandilla. Y en efecto (si no todos), allí estaban Eduardo Escobar, Jotamario, Pablus Gallinazo y Elmo Valencia. Y en un rincón, como presidiendo la escena, una fotografía de Gonzalo Arango, el fundador del movimiento, muerto violentamente en accidente de tránsito hace dos años.

Quisimos compartir, sentir y volar en la imaginación de estos cuatro poetas, tan disímiles en su sentir personal pero tan unificados en su expresión de sarcasmo y mamagallismo. Hasta ellos llegamos con la pregunta:

¿Qué hacen hoy los nadaístas de ayer?

* * *

El profeta incumplido

Elmo Valencia, como lo bautizaron los monjes, o El Monje Loco, como lo reconocieron los locos, ya no viste el hábito de aquella juventud poética. Ahora sólo lleva un fino capuchón de cabellos blancos que cubre su cabeza, jugando con el tiempo que ha pasado por su rostro enlutado debido a la muerte de un sueño. Ese sueño del nadaísmo que le ocupó veinte años y del que apenas despierta.

Elmo: —El nadaísmo ya lo dijo todo, y yo ya dije lo que tenía que decir en el nadaísmo. Siempre y en todo momento me expresé dentro del movimiento en mi calidad de profeta de extracción nuclear y desoxirribonucleica. Y la mayoría de mis profecías ya se cumplieron. De tal modo que por favor, señor reportero y señores del jurado, permítanme ahora que me dedique a ese salvaje silencio que no alteran ni las torturas, y a paladear este té bien caliente que proviene de los ojos de Buda.

—Perdón Elmo, ¿cuáles fueron esas profecías que se le cumplieron?

—Llegó el hombre donde sus vecinos del sistema solar antes de que los ovnis aterrizaran. Por intervención de la CIA mataron a Kennedy y por culpa de los Kennedy se suicidó Marylin. La yerba ha sido coronada Miss Universo y el hampa es el best seller número uno. Se descifraron primero los papiros del Mar Muerto que los Papeles del Pentágono. Y nos encontramos en plena aurora de la Tercera Guerra Mundial. ¿Le parece poco?

—¿Y las que no se le cumplieron?

—Son tantas que las olvidé, pero recuerdo entre ellas el resurgimiento de la Atlántida, la segunda venida de Cristo y el fin del mundo.

La revolución en efectivo

El autodenominado Comandante Pablus Gallinazo, adalid de la canción protesta en el idioma de Cervantes y Quevedo, autor de “Boca de Chicle”, una pegajosa canción que bailaron y se aprendieron todos los colombianos, y de La pequeña hermana, una dolorosa novela confesional a grito pelado que muy pocos leyeron por estar bailando, muestra su inconformidad ante nuestro intento de reportearlo.

Pablus: —Yo prefiero replegarme hacia esa oscuridad donde brillan los grillos, que volver a esa popularidad fosforescente del nadaísmo que en un tiempo nos hizo los personajes más famosos de este país que no tenían dónde caer muertos, ni siquiera dónde dormir. En adelante vetaré mis apariciones de caridad y actuaré por dinero, por dinero efectivo y suficiente cantaré mis canciones y cederé los derechos de mi literatura. Después de las bonanzas cafetera y marihuanera que venga al fin la bonanza nadaísnera. Creo que en medio de esta sociedad emergente no podemos ser nosotros quienes nos quedemos desperdigando nuestro ingenio en aras de dar chivas escandalosas a los medios de información, recibiendo como única paga el mendrugo del “pantallazo” que a lo sumo sirve para que los sabuesos enfilen sus ñatas hacia nosotros. Y lo peor es que las declaraciones que uno concede, por lo general las mutilan (no por censura sino para que quepa el aviso del shampoo), y así termina uno diciendo todo lo contrario de lo que piensa. Muchas gracias, señor reportero, yo también paso.

El entrevistador en la boca del lobo

A estas alturas de la entrevista, no sabemos si retirarnos con los papeles o ir a tratar de sacarle unas declaraciones más amistosas a la foto de Gonzalo Arango. En ese momento traen sifón para los poetas y estalla una carcajada general en la sala. Uno no sabe a qué atenerse. El Monje sin embargo nos tranquiliza, y nos dice que de común acuerdo con Pablus han decidido que sean Eduardo y Jotamario quienes contesten al cuestionario, que serán ellos quienes lleven la voz cantante en este cuarteto, y que lo que digan implicará la solidaridad de todos.

Eduardo, con sus barbas arcaicas, pero respirando una juventud que inscribe diariamente su testamento de ilusiones ópticas dirigidas al turista ingenuo que pide dirección y socorro a su impecable “Guía de Bogotá”. Jotamario con sus barbas pulidas, sus mocasines charolados y su chaqueta color Coca-Cola, gaseosa de quien depende ahora más su inspiración que de sus musas de antaño.

—Ustedes, si me quieren contestar, ¿qué hacen hoy los nadaístas de ayer?

Eduardo Escobar: —Vivir... que es la forma convencional del suicidio. Es lo que siempre nos ha apasionado: el ejercicio del cuerpo. La poesía, los trabajos para sobrevivir, la lectura, las charlas de café... todo lo que antes hacíamos hoy lo hacemos también y con el mismo júbilo de existir... Porque ante todo, nuestra vida ha sido amor, amoroso amor que arde en la paja de las otras y nimias cosas cotidianas.

El anarquismo sonriente

Jotamario: —Yo primero voy a responderle qué hacíamos ayer los nadaístas de hoy. Tratar de poner este mundo patasarriba. Para ello teníamos primero que poner al sistema o al estado de cosas manos arriba. Derribar unos cuantos ídolos. Y facilitar el arribo de la Revolución.

Acudimos entonces al escándalo periodístico y a la vestimenta estrambótica, a los malabares ideológicos y a la pirotecnia verbal, al terrorismo lírico y al anarquismo constructivo, a la bohemia trasnochada y al surrealismo tardío, al amor sin barreras y al erotismo vigoroso, a la literatura de alcantarilla y al santísimo sacrilegio, a la filosofía alucinógena y a la metafísica metelona, a la genialidad prematura y al bolsillo de los anfitriones.

Pasados veinte años y agotado el bolsillo de los anfitriones, consolidada la revolución cubana, convertida en éxito de taquilla la pornografía, triunfante el terrorismo, con la China en la ONU, entronizadas las melenas en la testa de los gerentes, sembrada de marihuana la extensión de la tierra, casadas nuestras amantes, vetadas nuestras declaraciones para la prensa, imperante nuestro estilo poético en las teclas de nuestros continuadores, y pasados de genio, ¿qué podemos hacer hoy los nadaístas de ayer? Somos la única revolución que llevó a cabo todos sus presupuestos. Ahora nos dedicamos a una existencia personal no exenta de presupuestos. Y también trabajamos en publicidad.

—¿Los nadaístas de ayer, siguen siendo nadaístas?

—Llevamos veinte años en el nadaísmo, pero (como dice el tango) veinte años no es nada. Hoy somos más nadaístas que ayer, pero menos que mañana. Y si le echa otra moneda a la pianola le canto el último tango en París.

El saldo rojo de la rebelión

—¿Qué hizo usted por el nadaísmo? ¿Qué hizo el nadaísmo por usted?

Eduardo: —Por el nadaísmo hice lo que tenía que hacer: nada... O mejor dicho: nadar contra la corriente, errabundear contra el orden, cuestionar esta cochina civilización de la muerte con todas mis lúcidas dudas, hacer todas las preguntas, poner en entredicho todo lo que me habían dicho ayas y tutores, curas y padres, maestros y gentes de bien. En suma, empuercar un poco las aguas neocoloniales de un país a la deriva en su rutina miserable. Delinquí, pequé, me apasioné como me lo tenían prohibido. Eso hice. ¿Y qué hizo el nadaísmo por mí? Hundirme en el remolino de la verdadera vida, de la auténtica poesía, de la mejor amistad que he podido encontrar en el abrazo de estos mis locos e inteligentes compinches nadaístas.

—¿Qué saldo puede sacar de su vida en el nadaísmo?

Jotamario: —Si se tratara de pasar la raya por debajo de tanto “número”, encontraríamos unos cuantos amores eternos con final desdichado, unas camisas rojas que ya no uso, un buen legajo de poemas rezumantes de buen humor, un prestigio precario que me sirve de carta de presentación en ciertos festines de la plutocracia, y la comunidad solidaria de unos amigos marcados con la tinta indeleble del nadaísmo con quienes continúo compartiendo la percepción extrasensorial de lo cotidiano, las palabras de doble filo, la dimensión alucinógena, la inofensiva paranoia, la cerveza en los bares y las cuatro paredes de una oficina.

—Para ambos, ¿ha sido buen negocio ser poeta?

Jotamario: —Nadamos en la nieve, tenemos chequera en el arco iris, nos paseamos en el Mercedes Benz de la vida, nuestros enemigos nos aman, nos llueven diamantes de las estrellas, firmamos vales en las nalgas de las bailarinas, nos invitan a los cocteles, no podemos quejarnos. Pero un poeta serio se ofendería de su pregunta. ¿Será que nosotros somos esos “falsos poetas” anunciados para el final de los tiempos que predicarían confusiones y harían prodigios increíbles? Porque así como los poetas nadaístas en nuestro trayecto llegamos a veces a fatigar la miseria, también a veces nos hemos propuesto hacer valer nuestro estro, como lo dice Pablus, y no abrir nuestra boca si no nos la llenan de billetes. Hay que creer en las diferentes manifestaciones y posibilidades del “Verbo”.

Eduardo: —Ser poeta no es ningún negocio, ni bueno ni malo. Es una forma de vivir y contemplar la vida, de esconderse de la muerte, de hacerle guiños afectuosos a la felicidad. Si yo no fuera poeta, sería un ejecutivo gordo y bobo como quería mi padre, con úlcera y cinco muchachitos y una mujer hedionda de colorete, en una casa muy lujosa inhabitable, y con perro.

Las hojas volantes de la felicidad

—¿Los poetas son felices?

Jotamario: —Si los poetas fueran felices, ¿quién escribiría la poesía de este mundo? Si los hombres fueran felices, ¿qué necesidad tendrían de leer poesía? Pero tampoco es necesario que el poeta sea desdichado como no es necesario que sea un dechado de desdicha el lector. Triste o alegre, el poeta reparte felicidad como hojas volantes. Puede igualmente repartir el furor y la cólera. No se es feliz o infeliz por el hecho de ser poeta. Se es por las circunstancias que rodean su vida de hombre. Pero un poeta es más que un hombre. Digamos por decir que es un ovni equivocado de mundo.

—¿En qué se diferencia su poesía de la más joven poesía de Colombia?

Eduardo: —Toda auténtica poesía es diferente, es original, no se parece. Y creo ser un auténtico poeta pues la poesía es mi otra piel, mi máscara de loco y de ángel.

—Por otro lado pienso que, aunque se escribe como siempre buena poesía en Colombia después del nadaísmo, le hace falta algo saludable que nosotros aportamos: la suciedad cotidiana, las pasiones vivas, los cuerpos ardiendo... Esa poesía limpia y sensitiva que nosotros repudiamos, parece haber podido sobrevivir en el trabajo de los poetas colombianos posteriores al nadaísmo.

A la sombra de los editores en flor

—¿Cree verdaderamente que el nadaísmo tuvo alguna importancia literaria?

Eduardo: —Cuando tenga caspa voy a contestarle. Por ahora solo sé que es un tema que se discute en simposios de hijos de los astronautas y de nietos de la Tercera Guerra Mundial. Pero una cosa está clara: los nadaístas escribimos una gran cantidad de libros, panfletos, comunicados, cartas, canciones, manifiestos, poemas que ayudaron a reflexionar a una generación. Además, para un nadaísta lo importante nunca ha sido la literatura sino la vida. Supongo, de todas maneras, que muy a nuestro pesar, algunos textos nadaístas ingresarán a los manuales de literatura por su pasmosa picardía y la siniestra inteligencia que revelan. Entre esos textos, claro, se enredará algún texto mío, modestia aparte.

—¿Qué dio el nadaísmo, como literatura y como expresión ideológica?

Jotamario: —El nadaísmo le dio un golpe de estado a la literatura y puso en estado de sitio las expresiones ideológicas por entonces vigentes, pero se dice que no realizamos una obra literaria concreta porque han sido pocos los libros nuestros que han salido del horno. Sin embargo, yo lo quiero invitar a usted a que asome la nariz en nuestros archivos y aspire el aroma infernal de más de veinte tomos que constituyen nuestra herencia literaria y que tenemos planeado dar a la luz pública en el año 2000 — si para entonces subsiste la imprenta—, con regalía a beneficio de los ancianatos y con el objeto de que en ellos aprendan a leer los analfabetos extraterrestres. A no ser que algún avisado editor nos proponga un mejor negocio en este momento.

Los poetas se quitan la más cara

—¿Quién es Eduardo Escobar?

Eduardo: —Soy un poeta de la clase media, ángel y demonio, sincero y desleal, honrado papanatas, excelente padre y pésimo hijo, apasionado, celoso confiado. Un hombre del siglo XX que toma cerveza cruda mirando cómo se afanan los otros por amasar su dinero, su infelicidad y su ruina. Nada y todo, cuerpo y alma, sangre y hueso en el sol... ¿Le parece poco?

—Jotamario, ¿de dónde salió Jotamario?

Jotamario: —Es una larga historia que se pierde en el cruce de los tiempos. Todavía no se ha podido precisar de dónde provino el primer Jotamario: presuntamente fue un hijo ovíparo de Zeus. Lo cierto es que pertenezco a un linaje iniciático de Jotamarios que ha marcado la historia humana con su sangre y con su fuego. Y la historia se ha vengado haciéndolos pasar a la posteridad con nombres supuestos. Que yo sepa hubo un Jotamario que tragó una ballena. Y un casto Jotamario que perdió la cabeza por una bailarina. Y también hubo un Jotamario que incendió a Roma. Otro que no perdió el tiempo en la corte de las Zarinas. Otro Jotamario pasó su vida en la Bastilla comiendo cantáridas víctimas del sadismo de sus contemporáneos. Hubo otro Jotamario que fue mujer, Jotamary, famosa bailarina en la guerra y espía en la cama cuyo nombre era un anagrama. Otro que le compró el alma al diablo. Otro que fue pintor y plasmó en Mona Lisa la sonrisa de su mancebo. Y hubo otro que libertó cinco naciones. Yo he nacido para purgar esas faltas. Pero quién sabe con qué rubro iré a pasar a los historiales. Si me fuera dado escoger, me postularía sin embargo como Jotamario I.

El “regalito” del profeta

—¿Cuándo vio a Gonzalo Arango por primera y cuándo por última vez?

Eduardo: —Con Gonzalo Arango me encontré por allá a mis quince años en una calle de Medellín. Estaba sentado frente a la vitrina de una librería poniendo cara de profeta y de mártir, rascándose los gordos piojos de su hermosa cabellera negra que en paz descanse. Casi inmediatamente nos hicimos magníficos amigos, aunque él tenía un poco de miedo de salir conmigo a sus tormentosas borracheras, temeroso de que le echaran el guante por corruptor de menores. Yo terminé corrompiéndolo a él en un sentido: le enseñé a fumar marihuana...

Y la última vez, el día de su accidente, tuve el horrendo privilegio de acarrear su cadáver por todo Bogotá, por las oficinas policiales, los anfiteatros, etc., en una maldita ambulancia que se quedaba varada cada rato bajo un torrencial aguacero.

Él me venía diciendo hacía días: Eduardo, te voy a hacer un regalito. Y yo miraba su cadáver y decía: ¡Maldito regalito me has hecho!

—¿Con Gonzalo Arango murió el nadaísmo?

Jotamario: —Dicen que el circo nunca muere, ¿cómo entonces el nadaísmo podría morir? Lo que pasa es que hemos desmontado el espectáculo, licenciado a los leones, enjaulado a los domadores, descolgado la red a los trapecistas, desmaquillado a los payasos, empeñado los instrumentos de la banda, violado a las bastoneras, enterrado al animador y mandado al respetable público a mirar la televisión. Pero conservamos nuestra carpa doblada en trece pliegues para cuando Gonzalo Arango regrese.

—¿Qué no encontraron los nadaístas en el nadaísmo?

Jotamario: —Lo que no se nos había perdido: ¡la razón y la salvación!

El fin del mundo nadaísta

—¿Creen que esa actitud nadaísta tiene alguna validez en el presente?

Eduardo: —Esa actitud se ha repetido desde el comienzo del mundo. ¿O no cree usted que el inventor del fuego era nadaísta? ¿Y el que supo primero lo que se puede hacer en la cama? ¿Y el que inventó la cama? ¿Y más recientemente, los profetas bíblicos que hacían sus enigmáticos happenings en las corrompidas ciudades de Israel? Y más acá, ¿no cree que son nadaístas Rimbaud y Artaud? ¿Y hasta Manson? Cambian los sistemas de lenguaje, los signos, lo que usted quiera, pero la función catártica sobre la sociedad es la misma.

—Por esta época se cumplen veinte años de haber nacido el nadaísmo. ¿Quedó algo por hacer?

Jotamario: —El nadaísmo, que nació por cesárea en la mente privilegiada de nuestro “profeta”, fue una aventura colectiva en que toda una generación de poetas aprendió a poner los valores de la vida por encima de los valores de la bolsa. ¿Le queda algo por hacer a un terremoto después de que cesa, o a un rayo después de que cae, o a un huracán después de que pasa? Sobre los escombros del comportamiento social y el sopor estilístico imperantes entonces y que sucumbieron a nuestro embate, nos queda esperar que los arquitectos de las modernas utopías pongan firmes cimientos y empiecen a levantarlas. Hemos abonado la tierra para cualquier milagro concreto.

Fuente:

Revista Cromos, febrero 28 - marzo 6 de 1979, p.p.: 40 - 43, 94 - 95.

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