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La noche de las posturas

Por Germán Espinosa

El nadaísmo realizó su presentación oficial en Bogotá. Lo hizo en el Café Automático, en plena Avenida Jiménez, lugar normal de reunión de intelectuales, pintores y periodistas. La expectativa era mucha, pues el advenimiento del Frente Nacional ha colocado a Colombia al acecho de novedades, de modas, de posturas escandalosas. Tal parece, por lo demás, que los nadaístas son conscientes de esa novelería que despiertan. Prueba de ello, el espectáculo que su comandante (o gurú) montó para ese lanzamiento, que él aspira a elevar al rango de lo histórico.

Nos habíamos reunido los habituales y otra multitud de curiosos y aguardábamos el arribo de Gonzalo Arango. De improviso, un lustrabotas hizo ingreso al establecimiento y comenzó a preguntar a los parroquianos si deseaban sus servicios. El lustrabotas oficial del café salió a campear por sus fueros y pidió al intruso retirarse. Entonces resultó que el intruso era Gonzalo Arango y todos prorrumpieron en aplausos. El recién llegado subió al sobrenivel que hay a la entrada, bañado por una luz amarillenta que se filtraba por el cristal exterior, y extrajo de una mochila un rollo de papel de inodoro. Allí había escrito su manifiesto, que leyó desenrollado con dificultad el tenue papel.

A mi peculiar modo de ver, las cosas que Arango dijo en el escrito no distan mucho de los viejos manifiestos futuristas, dadaístas, surrealistas, etcétera, viejos ya de más de treinta y hasta cuarenta años. Uno que otro disparate filosófico (como hablar de racionalismo cristiano) salpimentó el discurso, que no obstante produjo general entusiasmo. El gurú trajo una escolta formada por muchachos vestidos con suéteres, pantalones de mezclilla y otros aderezos de moda. A uno de ellos, que se preciaba de un medallón azteca obsequiado por un estadounidense, traté de meterle conversación. Le hablé de ilustres predecesores de las vanguardias: Nerval, Baudelaire, Jarry, Lautréamont, el propio Rimbaud... Me miró como si le estuviera hablando en lengua arcaica.

A mí, lo confieso, me antipatizan estas especies de sindicalistas de la vanguardia. Mezclan la publicidad con el arte y esto es siempre sospechoso. Cultivan, además, la payasada. Claro que estas posturas exaltan el ánimo de un país habitualmente solemne, oratorio, retórico. Para mí, sin embargo, la contrafaz de lo solemne no puede ser la bufonada, sino lo natural, lo sincero. Y nada de esto último he creído hallar en los nadaístas. Por otra parte, claro, Colombia no está hoy para sinceridades, sino para mentiras misericordiosas, como ésa del Frente Nacional. En fin, es posible que el nadaísmo vaya a disfrutar de una larga vida. A los jóvenes como yo se nos tacha de convencionales, hagamos lo que hagamos.

Esta noche de posturas me ha traído a la memoria algo que Adolfo Mejía repite sin cesar: nada hay más viejo que lo nuevo al cabo de un tiempo. Mejía se apoya en una curiosa anécdota. Al arte musical del siglo xiii se lo llamó Ars antiqua, que no obstante afectaba el modo de tratar la polifonía. En cambio, al arte musical del siglo xiv se lo nombró Ars nova, por afectar los intervalos, el compás y las escalas. Para la perspectiva actual, sin embargo, la Ars antiqua representa una Ars nova con relación a aquello que la antecede, y la Ars nova una Ars antiqua con relación a lo que la sucede. Así son de relativas las evoluciones en el mundo de la creación artística.

Gonzalo Arango es un individuo nervioso, pálido, que fuma incesantemente y desea impresionar. Ojalá no se quede como tantos vanguardistas hispanoamericanos, en la simple factura de manifiestos. Sus seguidores no me han causado gran impresión, pese a sus chillones atavíos. Pero me temo que Colombia va a tener con el nadaísmo para rato.

1958

Fuente:

Espinosa, Germán. Crónicas de un caballero andante (1958-1999). Santafé de Bogotá, Ediciones Aurora, 1999, p.p.: 7 - 9. Tomado del blog La Mecánica Celeste.

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