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La guerrillera de Dios

Amparo Arango no es nada del otro mundo, pero es mi hermana. Y aunque nadie lo crea, vale mil veces más que yo. Porque es un ser más puro, auténtico, generoso y también más inteligente. La prueba es que no es intelectual, ni nadaísta. Es una misionera seglar que hace cinco años lo dejó todo, sus pequeñas comodidades pequeño-burguesas, algún novio clase media, el idiota confort de las ciudades, la familia, la televisión, y demás «alienaciones», como dicen los camaradas.

El hecho es que renunció a su incolora y vacía vida pasada y se enroló en la aventura mística que le propuso monseñor Valencia, ese Cristo de Buenaventura. Desde entonces esta guerrillera de Cristo anda por los montes, por los caminos que nadie ha caminado antes, por las selvas, por los lugares más miserables de la incivilización, no enseñando catecismo de Astete, ni ejerciendo una caridad consoladora, ni haciendo el paño de lágrimas de los desamparados, ni alimentando a los muertos de hambre con el sabroso pero poco vitaminado pan de los ángeles. No, lo que hace, hasta donde puede, es dignificar a sus semejantes, no sólo pensando en su alma inmortal, sino en su dignidad viviente, como seres humanos de carne y hueso.

Para esa tarea inmensa tiene muy pocos recursos, pero el resto lo suple con su ardiente ideal en esa causa del más noble y desinteresado humanismo cristiano que se llama USEMI (Unión de Seglares Misioneros), y cuyo líder o apóstol es «nuestro hermano Gerardo Valencia», como ella le dice a monseñor.

Este cuentecito va por esto: porque alguna vez esta guerrillera de Dios me habló de sus penalidades, del coraje moral que exige sobrevivir en la «prehistoria», y de lo estupendo que sería poder tener algún día una neverita de petróleo para conservar los alimentos y no se pudran de un día para otro en ese tórrido violento donde ejerce su misión: en Aguazul, Casanare.

Como yo no soy Rockefeller ni el gerente de Icasa, no le dije nada a la misionera-guerrillera, pero pensé en mi amiga Leo Pantera (Leonor Reyes), que aún está de reina en Boyacá, y me hice la ilusión de que si Leo iba conmigo en minifalda a la gerencia de un magnate «neverero», para que nos diera una neverita a cambio del honor de ver a la Pantera, el gerente se quedaría congelado de la emoción. Y ahí mismo nos daba esta vida y la nevera. Pero Leo andaba muy fotogénica y muy famosa, y nunca le pedí el favor. Por lo cual sacrifiqué la belleza a la espiritualidad, y le conté toda la historia a Hernando Giraldo, no pensando en la subdesarrollada chequerita de Hernando, sino en la teocracia de sus amigos de «Estudios Colombianos», o en esas reuniones jartas de socioeconomistas jóvenes donde lo invitan de honor.

Pero Hernando, que es un alma muy amiga, decidió meterle a la neverita «petrolera» un empujón por medio de la buena prensa, y le dedicó un columnazo libre. Yo aparecí ahí como recogiendo platica para una obra pía, lo cual no me gustó ni cinco, pues yo cuando necesito una cosa me la robo, así sea una idea, un pan francés, un libro, o el corazón ajeno de una mujer. Bueno, Calibán sí hace públicamente en su «danza» esas colectas, pero a él le luce. Incluso es el primero en aflojar su billetera. Pero a mí eso me luce muy feo, y ni siquiera tengo billetera que aflojar.

En todo caso me quedé callado, no protesté, y la tal colecta que pedía Hernando para comprar la neverita se me olvidó al otro día. En honor a la verdad y a la honradez, debo decir que a mi apartado no llegó ni una estampilla de contribución con destino a la guerrillera de Aguazul, lo cual me hizo pensar una de dos: o que se acabaron los buenos sentimientos en el mundo, o que va nadie lee a Hernando Giraldo.

El asunto se me olvidó totalmente, con nevera, Pantera, guerrillera-misionera, etc., y sólo cinco meses después una carta de mi hermana me recuerda el archivado problema de mi memoria, y voy a transcribir la parte concerniente para devolverle el honor y la popularidad a la «Columna Libre» de Hernando:

«Te agradezco de corazón el interés que pusiste en lo de la nevera, aquí leí lo que escribió Hernando Giraldo en su columna, pero mejor que no haya resultado nada, porque si queremos vivir en éste o en otro pueblo, integradas a sus gentes, no debemos tener más de lo que ellos tienen. Pero ¿sabes?, no todo se perdió. En Medellín una compañera de facultad de Jaime leyó la noticia y nos regaló 200 pesos, los cuales empleamos en algo mejor: en un radio de los de Sutatenza para instalar una escuela radiofónica en una de las veredas. Bueno, sigamos adelante con ánimo para ver si conseguimos prestar a los demás la ayuda que debemos, y darles nuestras parte de amor con generosidad».

Después de leer esto, uno no tiene derecho a quejarse de nada en estas pútridas ciudades envilecidas por el confort y el american way of life.

¡Al diablo con la aspiradora eléctrica, la vida es algo más que una basura!

Por mi parte, al terminar de leer la carta de Amparo, he decidido que no tengo más camino que volverme loco de verdad, o sea religioso de verdad. Así sea.

Gonzalo Arango

Fuente:

Arango, Gonzalo. «La guerrillera de Dios». En: Oleajes de la Sangre: cartas íntimas del fundador del nadaísmo. Librería «La Pisca Tabaca» Editores, Medellín, 1997, pp. 147-149. Edición a cargo de Andrés Nanclares. Artículo publicado originalmente en la revista Cromos el 14 de octubre de 1968.

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