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Homenaje a Breton

Había nacido en Tinchebray, Francia, el 18 de febrero de 1896, para gloria de la literatura.

Acaba de morir en París, el 28 de septiembre de 1966, a los setenta años, por desgracia para la literatura.

Las fechas que enmarcan su vida y su muerte terminan en días ocho, y en años seis. ¿Por qué esta útil coincidencia? No soy Dios para saber los arcanos del destino de André Breton. De él solo puedo decir que era un gran espíritu misterioso, un poeta.

Con él nos abandona uno de los poetas más lúcidos del siglo xx, de los más revolucionarios. A su genio se debe una de las aventuras más trascendentales en el campo del espíritu: el surrealismo.

En el terreno del arte y el pensamiento, equivale al descubrimiento de un nuevo mundo, del mundo deslumbrante de lo maravilloso. Abrió fronteras al conocimiento, nos abismó en los misterios del inconsciente y el sueño; nos restituyó al mundo prohibido, a la alucinación y la locura; nos participó del carácter desinteresado y espontáneo de la imaginación; liberó al arte de la tiranía estética y moral; nos dio, en suma, una formidable lección de coraje, rebeldía y dignidad intelectual.

La obra de Breton y del surrealismo, cuya historia es inseparable de la suya, fue una audaz exploración en los territorios vedados a la razón. Sus descubrimientos inesperados enriquecieron prodigiosamente el conocimiento limitado que el hombre tenía de sí mismo. A su muerte deja, como herencia a la cultura, el movimiento literario más influyente de este siglo, en lo que toca a la actividad del espíritu. El surrealismo es el pasaporte que le da derecho a ocupar un camarote en el navío ebrio, para pasar una temporada en el infierno de la poesía junto al genio profético de Arthur Rimbaud, a quien tanto amaba.

Fue también, en menor grado, y relativamente, un revolucionario del linaje del poeta de las iluminaciones. El advenimiento del surrealismo fue definitivo para señalar nuevos rumbos a la cultura, rumbos opuestos a la vieja zorra racionalista de la tradición occidental. Fue la hecatombe contra el poder secular de la moral y la lógica. Todos los valores reinantes fueron revolcados, injuriados, profanados, muertos y sepultados. Lo mismo que los representantes de esos valores: Claudel, Gide, y toda la caterva apestosa de los inmortales, de los que ya estaban muertos en el Panteón, y de los que también estaban muertos en la antesala del Panteón: los venerados mitos de la Academia Francesa.

Breton borró una época con su genio, y revolucionó la suya. Fundó un estilo, un modo de ser y de sentir, de pensar y de escribir inconfundibles, de decir no, de decir sí. De liberación total del espíritu. Era implacable en la blasfemia, y espléndido en la creación. Escribía la historia del arte del porvenir al tiempo que cavaba una tumba para enterrar el arte del pasado.

Por lo tanto, no era un profeta del nihilismo. Su rebelión estaba vinculada a un orden nuevo, al llamado de Rimbaud: cambiar la vida, misión que había sido desoída por los literatos de plumas de ganso.

Fiel a ese llamado de cambiar la vida y transformar el mundo como pedía Marx, Breton rompe estruendosamente y se divorcia del grupo Dadá, recién fundado en Zúrich por otro joven de su generación, el poeta Tristan Tzara, cuya rebeldía estaba haciendo furor en la juventud europea, desencantada de humanismos idealistas, sacrificada en los campos de batalla de la Primera Guerra, estragada de tener fe en la patria, la religión y los sacros Derechos del Hombre, que acababan de ser excrementados y ensangrentados en las trincheras de Europa.

Breton y sus amigos se habían adherido al frenesí destructivo e irreverente de Dadá, para enterrar ese resto de mundo en descomposición que infectaba la atmósfera, saturada de pólvora y de carroña al cesar los combates. Pero al sepultar el horrible cadáver de la cultura occidental, cuyo funeral fue «financiado» por los dadaístas, estos pretendieron seguir profanando la tumba después de cerrarla, quedarse a vivir en el cementerio, y, en cierto sentido, enterrarse con el muerto asumiendo una actitud derrotista, negativa, inconciliable con la necesidad histórica de rehacer el mundo, de renacer a la vida y de marchar por los caminos. El porvenir de Dadá era, después del funeral, enterrar a Dadá. Breton se anticipó a liquidarlo, y a manera de réquiem fundó con sus compañeros el movimiento surrealista, al que se integraron los antiguos militantes dadaístas, incluso Tzara.

Era 1924, año en que Breton publicó el primer manifiesto del surrealismo, que aglutinó, en torno a sus planteamientos revolucionarios, a los más positivos valores de la juventud francesa, poetas, escritores y artistas, que llenaron la época más gloriosa de la literatura tomando en sus manos, por decirlo de algún modo, el timón del espíritu nuevo en la Europa convulsionada.

Fue una generación extraordinaria la que militó en el surrealismo bajo el comando general de Breton, muchos de los cuales conquistaron un sitio de primer orden en la literatura, dentro del surrealismo y fuera de él. De ese equipo formidable que poco a poco se fue dispersando en todas direcciones, unos se fueron con el marxismo, como Aragón; otros con el fascismo y la publicidad, como Salvador Dalí (Avida Dollars, anagrama con que lo bautizó Breton); otros se quedaron en la poesía pura, o retomaron la libertad de crear por su cuenta y riesgo, como Prévert, Antonin Artaud, Leiris, Desmos; y los que se mataron como René Crevel. Por último, quedaba Breton, fiel a sí mismo, a su «afirmación de fe en el genio de la juventud» que alentó hasta su muerte. Que seguirá alentando después de su muerte con la perdurable vitalidad y belleza de su obra, destinada a ejercer poderosa influencia en el arte de hoy y de mañana.

Como faros que alumbrarán el porvenir del arte, y nuestra propia oscuridad presente, testimonian del genio de Breton: NadjaEl amor locoLos pasos perdidosEl aire del aguaEl revólver de cabellos blancosArcano 17La Inmaculada ConcepciónLos vasos comunicantesLos manifiestos surrealistas… Y más y más.

Hoy, 28 de luto de septiembre para el arte universal, día en que Breton se volvió difunto en París, he regresado a sus libros que tanto me han enseñado, que reverencio con fidelidad, que me deslumbraron con su magia poética y su rebelión fulminante. En una antología del grupo encuentro un verso de Desmos, que se titula bellamente «Los grandes días del poeta», y que quisiera dedicarle en esta página de mármol:

Pondréis en mi tumba un salvavidas
porque uno nunca sabe.

Bienvenido al «otro mundo», André Breton.

La muerte de un señor cualquiera

(En la gran crisis que desbandó el grupo surrealista en 1930, cuya mística aglutinaba los espíritus más representativos de la joven literatura francesa, uno de los «desertores» fue el poeta Jacques Prévert, vivo aún y en plena creación. En ese año el grupo anti-Breton se rebeló contra su líder, que había extremado su autoridad hasta límites de insoportable tiranía sobre las conciencias de sus discípulos. En esa oportunidad, Prévert se anticipó treinta y seis años a la muerte de su maestro, y le consagró esta página furibunda, donde el incienso tiene olor a pólvora).

¡Ay! Ya no volveré a ver más al ilustre Palotin (paliducho) del mundo occidental, el que me hacía reír.

Durante su vida escribió, según decía, para abreviar el tiempo y para encontrar hombres, y, cuando por azar los encontraba, sentía un miedo atroz y haciéndoles el cuento de una amistad desconcertante, acechaba el momento de poder ensuciarlos.

Un día, creyó ver pasar en sueños un barco fantasma y sintió que los galones del capitán Bordure surgían en su cabeza. Se miró con seriedad al espejo y se encontró hermoso. Y fue el acabose. Se transformó en un tartamudo mental, confundió todo, la desesperación con un ataque al hígado, la Biblia con Los cantos de Maldoror, Dios con Dios, la tinta con la esperma, las barricadas con el diván de madame Sabatier, el marqués de Sade con Jean Lorrain, la Revolución Rusa con la revolución surrealista.

Peón lírico, distribuyó diplomas entre los grandes enamorados, días de indulgencia entre los principiantes en trance de desesperación, y se lamentó de la enorme piedad de los poetas de Francia.

«¿Es cierto que las patrias quieren cuanto antes la sangre de sus grandes hombres?», se preguntaba.

Excelente músico, tocó durante algún tiempo la lira de clase bajo las ventanas del partido comunista. Lo apedrearon y se fue decepcionado, amargado, a oficiar de maestro cantor en las cortes de amor.

No podía jugar sin hacer trampas, y, por otra parte, trampeaba muy mal. Escondía en sus mangas las bolas del billar, que, al caer al suelo con desagradable ruido ante sus fieles incomodados, decían que era humor.

Era un hombre muy honesto. Se colocaba a veces la toga de juez sobre su quepis y predicaba moral o hacía crítica de arte, pero difícilmente ocultaba las cicatrices que le habían dejado los negociados de la pintura moderna.

Un día vociferaba contra los curas y al siguiente se creía obispo o papa de Avignon. Tomaba un boleto para ir a observar y regresaba unos días después más revolucionario que nunca, pero pronto lloraba abundantes lágrimas por no encontrar el primero de mayo un taxi para atravesar la Place Blanche.

Era también muy sensible; por un suelto de periódico se quedaba en cama ocho días y escupía, escupía por todas partes, en el piso, sobre sus amigos, sobre las mujeres de sus amigos. Y sus amigos casi siempre lo dejaban hacer, demasiado entregados a él para protestar. Escupía asimismo sobre Poe y Dufayel. No tenía seguridad de nada, escupía sobre la comida que no encontraba lista a su hora, se agarraba unas rabietas horrorosas a la vista de una lata de sardinas y era lúgubremente risible, lamentable de ver, pero siempre tratando de mantenerse muy digno.

A veces la estupidez aparecía en su cara. Él lo sospechaba, pues era astuto, y se recubría con las mayúsculas de Amor, Revolución, Poesía, Pureza. Su acólito Jean Genbach, su pequeño enclaustrado, en el que había puesto todas sus complacencias, agitaba la campanilla y muchos agachaban la cabeza, pero otros miraban y veían, detrás del tabernáculo, al Breton-Frégoli acomodarse la barba de falso Cristo. Sirvió de gran chacota.

¡Ay! El inspector del palacio de las maravillas, fiscalizador de entradas, el gran inquisidor, el representante del sueño, ya no existe. No hablemos más de él.

Ideario de André Breton

—El surrealismo ha nacido de una afirmación de fe en el genio de la juventud.

—La libertad es a la vez locamente deseable y muy frágil, lo que le da derecho a ser celosa.

—Un pañuelo que cae puede ser para el poeta la palanca con la cual levantará todo un universo.

—Tengan en cuenta que la literatura es uno de los más tristes caminos que conducen a todo.

—Suelten todo. Suelten a Dadá. Suelten a su mujer. Suelten a su amante. Suelten sus esperanzas y sus temores. Siembren sus hijos por cualquier parte. Suelten lo seguro por lo inseguro. Suelten en caso necesario una vida cómoda, lo que se les ofrece para una situación de porvenir. Partan por los caminos.

—En materia de revolución, ninguno de nosotros debe tener necesidad de antepasados.

—El hombre, este soñador definitivo.

—La sorpresa es el más importante resorte nuevo. Es por la sorpresa, por el valor que se le da a la sorpresa, que el espíritu nuevo se distingue de todos los movimientos artísticos y literarios anteriores.

—Es a la inocencia, a la cólera de algunos hombres futuros, que corresponderá extraer del surrealismo lo que no puede dejar de permanecer todavía vivo, y restituirlo, mediante una buena expurgación, a su fin propio.

—El acto surrealista más simple consiste en salir a la calle empuñando un revólver y dispararlo al azar sobre la multitud. El que no haya sentido la tentación de terminar en esta forma con el mísero sistema de envilecimiento y cretinización vigente, tiene un sitio entre esa multitud, y su barriga se encuentra en el punto de mira de este revólver.

—Me pasaría la vida provocando las confidencias de los locos. Es gente de una honestidad escrupulosa y de una inocencia solo comparable a la mía.

—Lo maravilloso es siempre bello, no importa qué maravilla es belleza; nada más que lo maravilloso es bello.

—Surrealismo: automatismo psíquico puro por el que uno se propone expresar, ya sea verbalmente, por escrito, o de cualquier otra manera, el funcionamiento real del pensamiento… Dictado del pensamiento, ajeno a toda fiscalización de la razón, fuera de toda preocupación estética o moral.

—Los más viles comediantes de este tiempo tuvieron en Anatole France al compañero, y no le perdonemos nunca el haber adornado los colores de la revolución con su inercia sonriente.

—El auténtico arte de hoy tiene su destino unido a la lucha social revolucionaria, tiende como ella a confundir y a destruir a la sociedad capitalista.

—Transformar el mundo ha dicho Marx; cambiar la vida ha dicho Rimbaud, y de estas dos palabras de orden, nosotros no hacemos más que una sola.

—El surrealismo se negaría a sí mismo si pretendiese haber conseguido para algún problema una solución definitiva.

—En la cercanía de los veinte años, se está pronto a deponer el ímpetu ante una mirada de mujer, donde se concentra todo el atractivo del mundo.

—Nunca existió el fruto prohibido. La tentación es por sí divina.

—El amor es recíproco, tal como yo lo considero, es un dispositivo de espejos que me devuelve en mil ángulos lo desconocido, la imagen fiel de la amada, siempre más asombrosa en la adivinación de mi propio deseo y más iluminada de vida.

—El lirismo es el desarrollo de una protesta.

—¿Quieres hacerme un favor? Compra un tanque de guerra. Quiero verte llegar como las hadas.

—El poeta del porvenir superará la idea deprimente del divorcio irreparable entre la acción y el sueño. Tendrá el fruto magnífico del árbol de las raíces enmarañadas y sabrá persuadir a quienes lo prueben de que no tiene nada de amargo. Llevado por la marea de su tiempo, asumirá, por la primera vez sin pena, la recepción y la transmisión de los llamados que se precipitan hasta él desde el fondo de las almas.

—La poesía es lo contrario de la literatura. Rema sobre los ídolos de toda especie y las ilusiones realistas; mantiene con felicidad el equívoco entre el lenguaje «de la verdad», y el lenguaje «de la creación».

—En el amor pongo la esperanza de nunca reconocerme ninguna razón de ser fuera de él.

—La rima tiene su gran éxito en regocijar a las gentes que, cándidamente, creen que nada hay bajo el sol de mayor importancia que lo convencional.

—Yo creo en la conjunción futura de estos dos estados en apariencia tan contradictorios, como lo son el sueño y la realidad, en una especie de realidad absoluta, y si así se puede decir, de superrealidad. En su conquista voy, aunque seguro de no conseguirla, pero, en mi total despreocupación por la muerte, podré preguntar en parte las alegrías de una tal posesión.

—No puedo aceptar que el amor no sea recíproco, y, por lo tanto, que dos seres amándose piensen contradictoriamente sobre un asunto tan serio como es el amor.

—Todo lleva a creer que existe un cierto punto del espíritu en el cual la vida y la muerte, lo real y lo imaginario, lo alto y lo bajo, dejan de ser percibidos contradictoriamente. Así que es inútil buscar en la actividad surrealista otro móvil que la esperanza en determinar ese punto.

—Reducir la imaginación a la esclavitud, aun cuando se juegue eso que vulgarmente se llama la felicidad, es apartarse de todo lo que hay en lo íntimo del hombre de justicia suprema.

—El acto de amor, lo mismo que el cuadro o el poema, se deshonran si, por parte del que se entregue a él, no supone el estado de trance.

—La verdad se apoya en los juncos matemáticos del infinito y todo avanza al mando del águila ecuestre, mientras el genio de las flotillas vegetales golpea en sus manos y el oráculo es revelado por peces eléctricos fluidos.

—El surrealismo no es una escuela artística, es un medio de conocimiento de ciertas regiones inexploradas: el inconsciente, el sueño, los estados alucinatorios, la locura.

—Vivo. ¡Creo en la victoria del amor admirable!

Gonzalo Arango

Cromos, n.º 2.560, Bogotá, 24 de octubre de 1966, pp. 65-67.

Fuente:

Arango, Gonzalo. Reportajes (tomo i). Editorial Eafit / Corporación Otraparte, Biblioteca Gonzalo Arango, Medellín, 2021, pp. 266-276.

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