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Carta a Hernando Garavito Muñoz

Señor senador
Hernando Garavito Muñoz:

En nombre de veinte millones de colombianos sin voz, y del silencio de los muertos de Planas, le dirijo esta carta de protesta —y por su conducto al Senado— por el aberrante espectáculo de insensibilidad humana y social que presencié el jueves 7 de octubre durante el debate que usted adelanta valerosamente sobre crímenes y torturas del Ejército contra los indígenas.

Fui invitado a las barras del Senado por el padre Gustavo Pérez, con el fin de conocer el criterio del Gobierno en torno a hechos represivos y sangrientos que protagonizan las Fuerzas Armadas con la tribu guahiba, y cuyos abusos han implantado en la selva un régimen de terror, que conozco por fuente directa de víctimas y sobrevivientes.

Mi asombro fue grande, señor senador, al escuchar la defensa del Gobierno por parte del ministro Joaquín Vallejo, quien recitando una dialéctica candorosa de vendedor de drogas revela la total ignorancia del conflicto, o con cinismo despiadado lindante en la mala fe, afirmando que: «Lo que pasa en Planas es normal y sucede lo mismo en los suburbios de las ciudades donde hay pobreza».

Si la situación de Planas es NORMAL, entonces Colombia entera vive bajo un régimen de terror en que el crimen, la tortura, el uso de la fuerza bruta están legalizados y autorizados.

La contradicción se hizo patética, indignante, cuando al concluir su melancólica defensa el vocero del Gobierno, tomó la palabra el procurador general de la Nación, Mario Aramburo, para rendir al Senado el informe de las investigaciones solicitadas. Con un patetismo moral que reflejaba el dolor en su alma, como si algo en su voz se negara a expresar el horror, la crueldad, la credulidad de estos testimonios, el procurador leyó la lista macabra de muertes, torturas, encarcelamientos, los nombres de las víctimas, en un impresionante documento de atentados contra la dignidad humana y la dignidad de una nación que funda su razón de ser en valores civilizados, cristianos y democráticos.

Ante la evidencia exhaustiva de los hechos investigados, el ministro de Gobierno, agobiado por el peso tremendo del drama, optó por abandonar el recinto y de paso eludir la responsabilidad del régimen en esta situación de ¡NORMALIDAD ATERRADORA!

Del Senado emanaba una atmósfera de tumba, de carne torturada, de genocidio, de corrientazos en los genitales de un niño. Los honorables senadores, para restarle magnitud a la tragedia en un pueblo masacrado e inerme, siguieron el mal ejemplo del ministro Vallejo. Pero la tragedia estaba ahí, pavorosa, mortificante como el remordimiento. Acusadora como un cadáver desenterrado.

Siendo las nueve de la noche, con sólo veintidós senadores que tuvieron el coraje y el decoro de permanecer en el recinto, el senador Garavito Muñoz solicitó aplazar el debate por respeto al procurador general de la República de Colombia, que se dirigía a un parlamento de pupitres vacíos, micrófonos mudos, bostezos de Mosquera Garcés, un sobretodo sin ministro de Gobierno, cuatro policías, un cura y un poeta que en nombre de ciertos valores humanos se asomaron al magno recinto de la democracia en busca de la voz del pueblo, inscrita en un latinajo sobre el muro:  Vox Populi.

Pero la voz del pueblo no se escuchó. Sólo oímos en el informe del procurador la voz desamparada de los  oprimidos, el gemido de los torturados, el silencio de los muertos. Y por contraste al lejano clamor de la selva, oímos el silencio cómplice de los representantes del pueblo con sus verdugos.

El sombrío Salón Elíptico se colmó entonces de un hedor que emanaba sin duda de un cuerpo en descomposición: la descomposición del cuerpo legislativo de la democracia colombiana, ¡muerta pero insepulta!

En nombre de los indios, los negros, los pobres, los campesinos, los obreros, los estudiantes, artistas, intelectuales, religiosos, y todos los humillados y ofendidos de este país… muchas gracias honorable senador por el honor que me concede de elevar esta protesta ante los Padres de la Patria, de quienes  me suscribo, por razones estéticas y mentales, como bastardo y antipatriota:

Gonzalo Arango

Fuente:

Arango, Gonzalo; Escobar, Eduardo (compilador). Correspondencia violada. Intermedio Editores, Santafé de Bogotá, 2000, pp. 333 - 336.

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