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Gonzalo Arango a los cielos

Por Manuel Zapata Olivella

Fue precisamente en El Espectador donde conocí al entonces entusiasta divulgador del movimiento nadaísta Gonzalo Arango. En esa anatomía, magra y enjuta, movíase un gigante de corazón abierto a todas las dimensiones del espíritu. La tez pálida y una barbilla incipiente contrastaban con una abundante cabellera de boy-scout en trance de una Odisea panamericana. La obra de Gonzalo Arango sigue siendo filosóficamente controvertida. Los indicadores de su pensamiento quedan en novelas y poemarios de una alta densidad profética. Su técnica hizo posible la exploración de mundos nuevos reconfortantes y llenos de ideas, polarizadas hacia una sociedad menos egoísta y estúpida. La popularidad que consiguió tan brevemente, constituye un interesante fenómeno generacional de la historia colombiana. Aún después de haber logrado cierta fama conservó su rabiosa autenticidad, escribiendo con brillantez de maestro, y solidarizándose con los sueños y el pragmatismo. Es evidente que pasó por muchas etapas concepcionales como si quisiera acercarse a la concisión, claridad y tremendismo de una filosofía que creó en su momento de desolación y hastío. En una ocasión comentó que el hombre necesitaba para triunfar tres requisitos: talento, paciencia y suerte. ¿Los llenó Gonzalo Arango? Su pensamiento tuvo levadura poética, lo que estimuló su corazón para escribir cosas ciertamente inolvidables; sublimizó muchos anhelos y supo ser solidario con su patria y su pueblo. Yo diría que Gonzalo Arango creó una escuela que sigue con grandes catedráticos. Y la ternura de su alma reflejada en versos llenos de verdor y lumbre, lo colocará siempre en puesto magno de nuestra literatura. Ya he dicho que era poeta y los poetas van a los cielos.

Fuente:

Magazín Dominical de El Espectador, 3 de octubre de 1976, página 2.

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