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Carta al lector

Por Alberto Zalamea

La semana pasada, apreciado lector, muchos colombianos debieron quedar estupefactos al leer las noticias procedentes de Medellín, y confirmadas por el director de la cárcel de La Ladera, según las cuales el joven escritor antioqueño Gonzalo Arango (ganador del Segundo Premio en reciente concurso de cuentos organizado por el diario El Tiempo, de Bogotá), había sido detenido, conducido a la antedicha prisión, arrojado al Patio Tercero de la misma, despojado de sus más íntimas prendas de vestir y colgado (como impávidamente dijo el director de la cárcel usando el argot de quienes están bajo su vigilancia) por los más feroces criminales del país.

La noticia se publicó en la primera página de El Espectador vespertino con toda clase de detalles y con declaraciones del alcaide del establecimiento penal de Medellín. Al parecer, el señor Arango fue llevado allí por haber encabezado la firma de un manifiesto irrespetuoso dirigido al Seminario de Escritores Católicos y que reprodujo El Espectador matutino. No vamos a discutir ni a analizar un documento que se recibió en las redacciones de todos los diarios y revistas y que nadie, a excepción de El Espectador, consideró conveniente publicar. Ni tampoco la personalidad del señor Arango. Vamos, en cambio, a preguntarle a usted, directamente a usted, muy estimado lector y amigo, ¿qué siente usted al saber que un muchacho como este Gonzalo Arango es hoy víctima de la sociedad que quiere vengarse en él, ante sus irrespetos, impertinencias e irreverencias, por intermedio de sus peores criminales?

¿No se sobresalta su conciencia, ante este caso monstruoso que avergüenza a Colombia?

¿No se levanta en su corazón un tumulto?

¿No se desespera usted ante esta monstruosidad, que está pasando de contrabando entre todas las almas colombianas?

¿En qué sociedad estamos, pues, viviendo, usted y nosotros, apreciado lector?

¡Qué importa quién sea Gonzalo Arango! ¡Qué importan sus blasfemias juveniles, esas mismas blasfemias que —no lo olvidemos— condujeron a la conversión de un Rimbaud, por ejemplo! ¡Qué importa lo que diga o piense! Lo que importa es que nuestra sociedad ha visto indiferente —risueña en determinados sectores— la prisión, la humillación, la vergüenza, la tortura física y moral, de un hombre, sin levantar una sola protesta. Lo que importa es que se ha pretendido castigar, y que se ha castigado, a Gonzalo Arango, sin juicio previo, con penas que no existen en nuestro código. Lo que importa es que continúa en vigencia, en las cárceles colombianas, la irresponsabilidad y la barbarie. Lo que importa es que, ante casos como este (que en un país consciente se habría convertido en un escándalo social, en un Caso Dreyfus), nadie, ni en el Gobierno, ni en el Congreso, ni en la Justicia, ni fuera de las Instituciones, ha levantado su voz de protesta.

Errores, violencias, crímenes, se cometen en todas partes, y en todas partes muchos quedan impunes. Pero solo entre nosotros son motivo de indiferencia y de diabólica sorna.

Fuente:

Zalamea, Alberto. «Carta al lector». Editorial de la revista Semana, 25 de agosto de 1959. Reproducido en: Arango, Gonzalo. Memorias de un presidiario nadaísta. Editorial Eafit / Corporación Otraparte, Biblioteca Gonzalo Arango, Medellín, septiembre de 2018.

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