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Morir en olor
de santidad poética

Por Carlos Fernando Álvarez C.

Gonzalo Arango Arias era un santo. O lo es, porque todavía obra el milagro diario de mantener unidos a sus amigos, 38 años después de haber fundado el Nadaísmo.

Y era un santo fiel a sus ideales de sueños, por los cuales dejó un camino seguro como doctor en Derecho, para dedicarse a escribir, como una forma ideal de vida, como sustento, como su propio mundo.

Su natal Andes (Antioquia), Cali, Medellín y Bogotá, soportaron sus escritos y los de la tropa nadaísta, llenos de sarcasmo, lirismo y, a veces, de conflicto entre sus propios integrantes.

Como en el caso de Amílcar Osorio (Amílcar U.), su amigo adolescente, también fallecido, con quien por discrepancias múltiples estuvo separado hasta la víspera de su muerte.

Con sus escritos y su forma de ser basados en la nada, como si fuera el todo, Gonzaloarango (así firmó en una época de su vida) protestó contra la inercia y monotonía del país. El nadaísmo era para él “una revolución al servicio de la barbarie y basada en el amor”.

Tiempos aquellos

Mucho trecho ha pasado desde el Primer Manifiesto Nadaísta. E incluso desde las primeras conferencias dictadas por Gonzalo en La Tertulia, de Cali; en la Revista Esquirlas de la misma ciudad y la famosa de Bogotá, escrita en un rollo de papel higiénico y expuesta frente al no menos “santo” grupo del Café El Automático, donde se reunían León de Greiff, García Márquez y los principales periodistas y literatos del país.

Han pasado más de tres décadas y bastante literatura ha sido creada para hablar, analizar, exaltar o debatir al nadaísmo y a su creador.

Un 25 de septiembre de 1976, cuando un accidente de tránsito acabó con la vida de Gonzalo Arango, su recuerdo continúa “haraganeando en el río, disputándoles las guayabas a los pájaros, faltando a clase y creyendo que Platón es mejor maestro que don Sofonías Arcila”, como lo evoca Jaime Jaramillo Escobar, X-504, poeta mayor del movimiento.

Un recuerdo imborrable

Y el 11 de octubre, en Manizales, durante los Juegos Florales, Jota Mario Arbeláez, Eduardo Escobar y Samuel Ceballos, están invitados a evocar la obra del profeta.

Colprensa habló con Jota Mario y con Escobar, quienes en un diálogo espontáneo recordaron sus vivencias e intentaron descifrar al gonzaloarango amigo, loco y creador. A la charla se sumó después, Elmo Valencia “El Monje Loco”.

Jota Mario, uno de los “gurús” de la publicidad en Colombia, llegó a ocupar la vicepresidencia creativa de la Agencia Sancho, pero por uno de esos recortes de reingeniería, hoy disfruta de más tiempo para hablar de sus recuerdos, para hacer uno que otro aviso por encargo y para amar a su esposa y a sus dos pequeños hijos.

Eduardo Escobar es el biógrafo de cabecera de la vida, obra y milagros de Gonzalo Arango, ya que con su pluma logró darle un nuevo sentido a la crónica y plasmó en dos libros las experiencias nadaístas: “Gonzalo Arango” y “Nadaísmo Crónico y demás epidemias”.

Se rompe el hielo

“Ahora veníamos hablando con Jota, que Gonzalo, así suene como una palabra tonta en el mundo moderno, ejerció la ‘santidad’. Un santo en el sentido del hombre que se prodigó mucho. Era generoso y no por lo que pudiera dar materialmente, ya que era muy pobre, pero en su contacto humano daba lo que los sicólogos modernos llaman ‘la caricia’ ”, afirmó Eduardo Escobar, el Benjamín del nadaísmo.

Y mientras él comenzaba a hilvanar recuerdos e imágenes, Jota Mario colgaba el saco azul de paño de una de las bancas del estudio de su casa, y caminaba de un lado para otro, como buscando el instante o la remembranza precisa, guardada en su mente o entre el armario de tres partes, relleno del material nadaísta.

Gonzalo evitó que la “máquina del capitalismo” lo moliera. “El hablaba de roer el queso sin quedar atrapado”, añadió Escobar.

Poeta amado y...

Del mismo modo afirmó que Arango decía que odiaba el trabajo, pero no era un indolente. Era un gran trabajador de su vida, de su literatura, de sus amores. El nunca quiso alquilarse ni prestarse ni participar en movimientos políticos o colectivos.

“Cuando eligió el Nadaísmo creo que lo hizo conscientemente para escapar de los engranajes de la ‘máquina’ ”.

¿Cómo hacía para sobrevivir?, es la pregunta recurrente. Con una tenue y cómplice sonrisa, Escobar —quien pelea con una novela desde hace varios años— aseguró que el poeta decía que vivía del milagro. “Cuando éste fallaba, pues de las mujeres”.

Los dos nadaístas, cerveza en mano mientras prosigue la charla, confiesan que amaron a Gonzalo hasta en las peleas.

“Los amigos, cuando peleábamos con él, era como si sufriéramos un desgarramiento, pero lo seguíamos amando. Decíamos: “este hijueputa...”, pero lo seguíamos amando”.

Fue por Lleras R.

Los motivos de las peleas eran diferentes. Escobar continuó dueño de la palabra y para recordar que Jota peleó una vez con Arango por una mujer. Aunque también los nadaístas se enfrentaron a él por haber adherido a causas políticas.

“A los nadaístas nos pareció traición cuando hizo toda una elegía del ex presidente Carlos Lleras Restrepo, a bordo del Buque Escuela Gloria, cuando lo llamó “el poeta de la acción”. Yo terminé en una clínica de reposo debido a la crisis que se operó en mi alma al saber que había peleado con Gonzalo. Para mí fue como una mutilación, hasta cuando a la clínica llegó una carta suya, llena de ese amor que lo caracterizaba y eso fue lo que me curó”, dijo Escobar.

Arango y su significado

Jota encontró la palabra precisa. Y corroborando lo dicho por Escobar, narró una anécdota sobre el significado de la personalidad de Gonzalo Arango para los colombianos.

“En una época, cuando secuestraron y liberaron a Alvaro Gómez, el asesinado líder político necesitó recuperar sus apuntes que había dejado en el campamento guerrillero donde estuvo retenido, para hacer su libro. Yo me ofrecí para obtenerlos, ya que había conocido a los dirigentes del M-19 en la cárcel Modelo, cuando los visité. Le pregunté al emisario cómo era posible que Carlos Pizarro hubiera depositado toda esa confianza para entregar los documentos y me contestó: poeta, es que tú no sabes cuánto le debemos al Nadaísmo.

Gracias a la literatura de ustedes dimos el bote de la ortodoxia a la imaginación. Nuestro Gonzalo Arango se llamó Jaime Bateman”.

Unidad permanente

La expresión de asombro no pudo ser mayor, porque Jota afirmó que era sorprendente que un grupo de conspiración tan fuerte como la guerrilla del M, se basara en los sencillos manifiestos. “Lo nuestro era puro terrorismo verbal”, afirmó.

También afirmaron que la fulguración de los ojos de Gonzalo, su atavío sencillo, su sobretodo o “cubrenada”, los pantalones de dril, su colchón, la cueva, como llama a su cuartico en el barrio de la Perseverancia y su extremado amor por los libros, las mujeres, por el mismo amor y por la charla, causaron fascinación en la juventud de aquella época.

Elmo, “El mo...nje”

El caleño Elmo Valencia, nacido en 1926, también fue uno de los seguidores de Gonzalo Arango, o discípulo, como asegura.

Este nadaísta, que considera hoy al Nadaísmo como algo histórico y anecdótico, pero sin esa fuerza de la acción de otros tiempos, se unió a la charla días después del primer encuentro para este artículo.

También con una cerveza, Elmo o el Mo...nje, como le puso el propio Gonzalo Arango aportó nuevos elementos al intento de hacer un perfil humano del poeta.

“Fue el tipo que dio la vuelta de tuerca a mi vida, a mi existir.

Me entregó una filosofía diferente de vida y de la que aprendí en Estados Unidos, donde me eduqué”, dijo.

Valencia recordó que había tenido un contacto cercano con el movimiento literario los “beatnicks” o golpeadores precisos o del diablo, que liderados por Jack Kerouack y Alain Ginsberg crearon todo un estilo literario itinerante, de plasmar vivencias como iban sucediendo en sus viajes a través de todo el país del norte.

Por Marta Traba

El Monje destacó que Gonzalo era todo un profesional de la pluma, y que hasta las cuatro de la mañana, iluminado con un cabo de vela, escribía, escribía y volvía a escribir. También, que como buen paisa le gustaba la bohemia, la charla, además del ron y del Pielroja sin filtro.

“Nunca lo vi exasperado o iracundo. Literalmente sí se molestó por la pelea esa de Lleras Restrepo, cuando decidimos quemarlo simbólicamente en Cali y expulsarlo del Nadaísmo. Y la molestia no fue por haber llamado a Lleras el poeta de la acción sino porque echó a Marta Traba del país”, dijo.

Dos vidas

Con los ojos pletóricos de recuerdo y matizados con algo de exaltación, el autor de Islanada evocó algo que para él no puede quedar inadvertido en el ejercicio mental de ilustrar a Gonzalo.

Con aire serio afirmó que el poeta tuvo dos momentos en su vida.

“Angelita tuvo que ver con ese cambio. Ella, cantante de rock, fue la última mujer con la que estuvo Gonzalo hasta su muerte. A raíz de los problemas y la separación, el poeta nos enrostró que nos hubiéramos quedado en el mundo de la marihuana y la alucinación, y que él disfrutaba del cenit de la sabiduría”, afirmó para el Monje y Eduardo Escobar, Gonzalo cambió mucho, renegó y se culpó de su pasado negro y contestatario, se fue a vivir a San Andrés y escribió sus obras Adangelios, Providencia y Fuego en el Altar, que fue su reencuentro con el cristianismo, con la religión; su literatura fue distinta, menos pasional. En ese cambio, tomó la decisión de ir a Londres a conocer a su suegra, ya que Angelita es inglesa.

Vendió los libros, se hizo limpieza de dientes, se arregló y peinó y soltó las amarras de los sueños, de una mejor vida o de un cambio en su existencia al otro lado del Atlántico.

Porque han muerto

El viernes anterior a la fatalidad, Gonzalo se encontró en la casa de Eduardo Escobar y luego de 15 años de distanciamiento se reconcilió con Amilcar Osorio. En la mañana del sábado, cuando se dirigía a Villa de Leyva, con Angelita, por Tunja, el taxi chocó de frente contra un camión. El poeta retornó muerto a Bogotá, en día lluvioso.

“Todo tenía un toque trascendente, misterioso. El vender todo y quedar suelto para un largo viaje presagiaba algo. La muerte no avisa, pero toda esa atmósfera era algo clarividente”, dijo El Monje, decano del Nadaísmo y flamante asesor parlamentario.

Atrás quedaron las largas veladas de lectura en Cali de los libros de Rimbaud, Sartre o Fernando González, la inspiración del Nadaísmo. En el pasado quedaron las ostias pisadas en la Catedral de Medellín, o los escándalos y manifiestos contra la corrupción y podredumbre nacional. Y quedarán en ese tiempo perdido, porque el Nadaísmo, no tendrá sucesores.

La muerte de Gonzalo creó un gran vacío para Elmo Valencia.

El aporte de Gonzalo quedará para siempre, ya que en su natal Andes todo se llama “Gonzalo Arango”. “Ya se han robado tres lápidas de su tumba, porque la gente quiere tener algo de él, Biblioteca Gonzalo Arango, Calle Gonzalo Arango y Burdel Gonzalo Arango”, puntualizó Valencia.

Fuente:

El Colombiano, edición desconocida.

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