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«Viajero de Otraparte»

«El Monasterio», Bogotá.

Querida, añorada doña Margarita (1) :

Ya usted estará pensando en la burrada de que la olvidé. ¿Cómo se le ocurre? ¿Cómo puedo olvidarla si usted vive en mí, si usted soy yo en mi corazón? ¿Si mi vida espiritual se nutre de las nostalgias de «Otraparte» y del jugo de sus naranjas? No le niego que «la vida» me trae un poco aporreado estos últimos días, y este cielo miserable que es una constante amenaza para las almas como la mía que no existe sino con los estímulos del sol, me hace encoger en la soledad de mí mismo y en el silencio, y un poco en la muerte. Entonces soy así, una cosa caída. Pero precisamente cuando deseo resucitar es con pensamientos llenos de sol, y con necesidad de amistades tan tiernas y bondadosas como la suya. Siempre busco ese hilo de energía vital y espiritual para no perecer a mis desesperaciones. Esos pensamientos en usted, y en todo lo que ES Otraparte hacen el milagro de animar mi carne, y el retorno se me hace casi doloroso. Desgraciadamente, el mundo está hecho con tal imperfección que, cuando uno elige un pequeño sitio para estar con sus huesos y su soledad y sus sueños, ya queda esclavo de la necesidad. Entonces ya no soy libre para ir a verla porque un tipo como yo nunca tiene dinero, y si no gano aquí platica con lo que escribo me echarán del Monasterio y ya no podré pensar, ni huir, ni reposar, ni esconder al mundo tanta desdicha, ésta con que el mundo recompensa nuestra vocación de ser puros y justos. Usted recuerda cómo sufrió el Maestro por esta causa, porque nunca estuvo de parte de los ARRENDADORES, de los que subastan el aire, la luz y la intimidad para el amor. Ellos también se apropiaron del cielo, pero ahora resulta bastante caro salvarse. Vamos a tener que crear un cielito para nosotros, pues no creo que será alegre ir a un cielo habitado por tanto granuja, eso debe tener un aire irrespirable, y por otra parte, no creo que dejen entrar a los gallinazos y a los ratones.

Ya sabe que yo amo los ratones, es el único gusto que no comparto con las mujeres y a causa de este desprecio, ellos han sido muy infelices. Pero ahora con mi obra (2) que sale dentro de 15 días ellos y ellas van a hacer las paces.

Hoy en el suplemento de El Espectador, Posie tal vez le mostraría, un colaborador escribe una carta muy hermosa sobre el Maestro, y me pone a mí siguiendo sus pasos. Ya se imagina el honor y el orgullo que sentí, pero también la tristeza que me produce un tal compromiso. No es fácil estar a esa altura, y uno tiene la incertidumbre de su destino. ¿Podré realizarlo sin claudicaciones, sin indignidad? En esto Fernando fue un héroe y un mártir, y bebió hasta la última gota su cáliz de amargura, hasta la santificación de su espíritu. Uno, en este mundo que cada día se resquebraja más y más, no está seguro de sus fuerzas para resistir, y no está seguro de nada, pues la fe de hoy se vuelve falsa mañana, y todo ideal de perfección se hace tan imposible en un mundo que ha fundado su razón de ser en la guerra, en la violencia y en la ignominia. Todo está hoy hecho para matar en el hombre la ternura y la poesía, y en la primera fila de los sacrificados estarán siempre el poeta, el santo y el inocente. Los demás son ARRENDADORES, cuyas razones son bien prácticas, y no querrán compartir este mundo con los que heredaron este universo de los dioses, no para que lo dominaran, sino para el canto y la bendición.

Señora, usted me hizo el gran regalo, el tesoro empastado de las obras completas del Maestro, que es para mí la presencia de todo lo Divino que perdura en este mundo, un legado espiritual que hay que amar y defender, no sólo porque es lo más bello y digno escrito en América, sino porque allí está el legado de los dioses, y porque esos son los valores que pueden formar nuestro alegato como escritores nuevos, en favor de este mundo, y en rechazo del in-mundo que hoy padecemos. Muchas gracias por este regalo que me hará más consciente, y más digno.

Ahí le envío con Rosita una revista donde publican un reportaje con Fernando, concedido a un joven español amigo mío, quince días antes de su muerte. Posiblemente usted no lo conoce porque la revista no ha circulado para el público, sino en vía de experimentación. Posteriormente aparecerá publicado en el número Uno, este que le mando es el Cero.

Hace pocos días recibí una carta muy hermosa de Regina Mejía, no sé si porque era dirigida a mí me pareció tan espléndida. También me dejó abatido su enorme fe en mí. Y otra cosa que me encegueció en esa carta fue la vida interior de esa mujer. Yo no creo sino en los espíritus que se sufren y se gozan así, en la plenitud de ese silencio. Después todo lo que escriben es silencio, intimidad, pura comunicación. En ella siento una escritora muy fraternal, bautizados en la luz de «Otraparte», y con la que me turno la alimentación de ese fuego original que asistió a nuestro nacimiento. Ella, a su vez, esparcirá su luz en torno para otros, los que vamos a su lado en este invierno del mundo, y los que han iniciado un camino todavía más oscuro. Como ella creo que va a saludarla y a darle el milagro de su compañía, dígale esto: que le deseo toda la gloria que ya tiene como uno de los espíritus más puros de esta generación.

Como puede ver, doña Margarita, le he escrito como 500 palabras para recordarle solamente una: que no la olvido. Y para pedirle, a mi vez, que tampoco me olvide. Ahí la dejo con mil abrazos para cada vez que se sienta sola, y para que no sufra por todos los que sufrimos, y la queremos tanto. Y por favor, uno de los mil, muy fraternal, para el querido Fernando (3) .

Gonzalo Arango
(Viajero de Otraparte)

Notas:

(1) Margarita Restrepo, esposa de Fernando González e hija del presidente Carlos E. Restrepo. Volver
(2) Arango, Gonzalo. Los ratones van al infierno (Teatro). Bogotá, Ediciones Tercer Mundo, 1964. Volver
(3) Fernando González Restrepo, hijo de Fernando González. Volver

Fuente:

Archivo Corporación Fernando González - Otraparte.

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